viernes, 15 de mayo de 2020

PARA SABER VER.

Museo Nacional del Prado
Museo Nacional del Prado

Como todo el mundo estoy confinada en mi casa, ahora sí tengo todo el tiempo para organizar mi biblioteca, mi casa es una librería con estanterías muy altas donde he ido acoplando los libros abandonados, sí abandonados, no sé por qué. He puesto la escalera y por ahí arribo llevo subida varios días, y he encontrado espléndidas obras de grandes autores, ¡abandonadas! Una de ellas: PARA SABER VER (Como se mira una obra de arte) de MATTEO MARANGONI (De la Universidad de Pisa) Espasa-Calpe. S.A. Madrid 1951.

PREFACIO DEL AUTOR

                                                                                     “La Belleza es difícil” (Platón)

El favor obtenido por precedentes ediciones me prueba que no ha sido inútil esta tentativa mía de aclarar la esencia del lenguaje de las artes figurativas.

Nunca acaso como ahora han surgido, puede decirse que todos los días, libros que buscan la explicación de “el secreto del arte”. Hoy todos convienen e insisten en repetir -con mucha razón- que el arte es forma; pero después casi todos se estancan, de una manera o de otra, en el contenido, sin saber explicar casi nunca cómo ese contenido ha podido convertirse en forma o expresión; nadie o casi nadie quiere o sabe mostrar cómo es, en fin, esta dichosa forma, de cuya importancia todos parecen convencidos, pero que tan pocos demuestran después saberla ver. El saber ver, oír. Leer -que es el único modelo de poseer y valorar plenamente una obra de arte-, resulta, y parece increíble, lo último en que piensa la mayor parte de los mismos estudiosos y críticos de arte, de música, de literatura, atareados sobre todo con la pedantesca porfía de las “atribuciones” o con el “planteamiento de problemas” (como hoy se repite hasta la saciedad), problemas casi siempre de interés cultural más bien que artístico.

 Esta falta de familiaridad con el lenguaje artístico se convierte en neta ignorancia entre el gran público, especialmente respecto a las artes figurativas, que son las menos conocidas.

El mismo público italiano ha vivido hasta hoy casi ciego entre tantas maravillas de arte, aunque le ha cabido la fortuna de tenerlas más a la mano que ningún otro, y justamente este libro ha nacido de la amargura ante tal observación, Así quisiera ser una llamada apasionada y enérgica, y ello podrá excusar alguna vez cierta intransigencia y severidad que muestra hacia artistas excesiva e injustamente reputados, y algo de su acento polémico y vivaz. Confío poder contar en estos casos con la inteligencia del lector imparcial, el cual sabe que toda declaración de carácter polémico es siempre, necesariamente, un poco enérgica y perentoria. Y, por otra parte, creo que la admiración incondicional por los mismos artistas más insignes puede algunas veces parecerse a la indiferencia o a la retórica, recordándonos las admiraciones que se manifiestan en ciertas conmemoraciones de centenarios.


Alberto Giacometti

Porque nuestro pueblo canta lo mejor que puede su música, lee del mismo modo a sus poetas; pero no conoce, en cambio, muchas veces ni de nombre, a algunos de los más grandes pintores y arquitectos de Italia. Respecto a las artes figurativas, el público -aún el más culto- está todavía en el estado de analfabeto. Y como él mismo no tiene conciencia de ello e ignora hasta qué punto en esto sus ojos son incapaces de ver, una de las frases más comunes es la de que “lo bello lo ven todos”.

Pero la belleza del arte no es -como tantos saben ya en teoría, pero no en la práctica- la belleza de la Naturaleza, sino que consiste en una tan alta trascendencia lírica, que solamente puede apreciarle el que esté preparado para entender el lenguaje que cada artista se forja para poderse expresar, o sea la forma. De aquí la absoluta necesidad de aprender a dominar este lenguaje; necesidad que los más no sólo no sienten, sino que ni siquiera sospechan.


Plaza de Oriente. Teatro Real

Desgraciadamente, en algún tiempo prevaleció la tendencia, o más bien la moda, de considerar con incredulidad las iniciativas de este género, que primeramente se presentaban como cerebrales; pero hoy, en que, exagerando ciertas conquistas del pensamiento contemporáneo, todo debería entenderse por pura intuición; hoy, por una fatal reacción contra el formalismo de anteguerra, se cae en el exceso opuesto: en una manía continuista o de apreciar tan sólo el fondo, todavía más artificiosa que aquel formalismo que se quería combatir. Es ciertamente característica de hoy esta frenética sed de poesía (léase contenido), con gran daño del arte (Léase forma). Y tal moda de hoy se debe también a la gran masa de advenedizos que presumen respecto del arte, sin tener suficiente competencia ni siquiera familiaridad con él y, lo que es aún peor, sin estar dotados de ninguna aptitud para esto.

Hoy, especialmente por la fácil difusión del saber -cosa bastante diferente de la cultura-, muchos se creen en el caso de poder hablar y escribir de arte y con derecho a acusar de formalistas a aquellos que se limitan a ver, honradamente, con… los ojos y no, como hacen los primeros, con la fantasía o con la literatura.

Biblioteca Nacional de España

Que todos éstos nos den primero la prueba de que saben leer una obra de arte y disfrutar de ella, pues de otra manera continuaremos en la duda -por no decir en la convicción- de que su desconfianza hacia la forma deriva de su ineptitud para entender, para poseer el lenguaje, para saber “Leer en poesía” una obra de arte, Si toda esta buena gente pudiese de verdad experimentar la exaltación benéfica que de por sí proporciona la plena posesión de los verdaderos valores expresivos, o sea formales, de una obra de arte, no se embarullaría tanto con algunas lucubraciones social-ético- moralistas. “La poesía, por el hecho de ser poesía, sin ser poesía moral, civil patriótica o social. Ayuda a la moralidad, a la civilidad, a la patria y a la sociedad” (Pascoli).

Lo peor es que nuestros enemigos lo son frecuentemente de buena fe, y de aquí el que sean aún más irreductibles, La mayor parte de ellos no ven, no sienten; ¿qué otra cosa podía, por tanto, hacer sino atenerse a los más retóricos lugares comunes? De otro modo comprenderían que el arte tiene por sí, naturalmente, tan profundo ascendente moral, que no consiste ni necesita otros ingredientes prácticos.

Es preciso, en fin, que la gente se convenza de que el arte es una cosa muy seria y difícil, y no un pasatiempo de desocupados; que no es cosa para el primero que llegue -como acaso se intentaría sostener hoy- sino un mundo cerrado a la multitud indiferente, y solamente abierto a quien consiga con amor conquistarlo; lo mismo que también ocurre con todas las cosas grandes y puras del mundo práctico o del espiritual. Así, la música -que siendo, por muchas razones, más accesible que las demás artes sus hermanas, cuenta con el máximo número de apasionados -puede vanagloriarse de arrastrar hacia sí verdaderas multitudes, y no nos extraña el espectáculo de millares de oyentes que en religioso recogimiento se hallan dominados por la sola potencia del arte.

La ventolera “continuista” de hoy, fruto, esperamos, de modas pasajeras -como el angloamericanismo, el snobismo y otros parecidos infortunios nacionales-, es también una prueba más de la escasa aptitud de mucha gente para poseer el lenguaje del arte, o sea el arte mismo.

Plaza de Colón y Julia (escultura de Jaume Plensa)

Porque hoy, que la razón está un poco en baja y que está en cambio, de moda la institución, la gente se cree con derecho a entenderlo todo a la primera. Y de aquí que sea todavía más ingrato ahora tener que persuadir a tanta gente de que no saben ni ver, ni oír, ni leer. Así, me contentaría si alguien, después de leído este libro conviniese honradamente consigo mismo que mi pesimismo respecto al público no es enteramente exagerado -como a alguno ha parecido- sino justificado plenamente.

Por último, quisiera recabar del amigo lector el saber… leer, Si no es fácil escribir un libro, es todavía más difícil hacerlo leer y hacerlo entender. Hoy, por quererse leer demasiado, no se lee: se hojea, y después se cree haber leído y hasta poder criticar. En vez de esto, aun el libro más fácil debería ser releído -como se vuelve a oír una música o se vuelve a ver un cuadro- por lo menos antes de dar por definitivo un juicio sobre el caso. Porque ¡Cuántos críticos ligeros (y no digo de los hostiles) le hacen decir a uno cosas que nunca había soñado escribir! “Lege ac relege” ¡Cuántas veces al volver a leer, o a escuchar, o a ver, he tenido que reconocer un error mío!

Escribí este libro hace varios años, más que para los inexpertos, para ellos, - ¡y tantos son! - que creen… no serlo. Después he debido darme cuenta de que no sólo esos tienen necesidad de aprender a saber leer una obra de arte, sino también – como mostraré en el texto- muchos de los que se llaman especialistas, los cuales, hoy que vuelven a estar de moda los valores “morales”, se sienten muy felices y a la moda propalando que las experiencias sobre la forma han sido “ya superadas”. Espero demostraros que la verdad es precisamente lo contrario.


Plaza Mayor

El mérito de la crítica moderna, en cambio, consiste justamente en haber comprendido por fin el enorme valor del lenguaje, de la forma, y constituiría un delito el volver a renegar de ella,

Carducci, en 1863, advirtió ya; “Desgraciada la crítica que osase vanagloriarse alguna vez de no hacer caso de la forma,” ¡Preciosas palabras!

Fotografías realizadas durante mis paseos en la franja horaria de mi confinamiento, en el que seguimos.


Puerta de Alcalá
© Mariví Otero 2020
Manuel Otero Rodríguez

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