Esta
exposición se puede visitar en la Fundación Mapfre Sala Recoletos, Madrid. Hace
un recorrido retrospectivo por las obras de Giorgio Morandi (Bolonia.
1890-1964), uno de los artistas más significativos e inclasificables en la
historia del siglo XX. El pintor italiano apenas viajó fuera de Italia y permaneció
casi toda su vida en su casa-taller de la Via Fondazza en Bolonia. Allí abordó
su trabajo en el que los objetos cotidianos, las flores y el paisaje se
convirtieron en protagonistas.
En realidad,
la pintura de Morandi será como una isla en el arte europeo del siglo XX; sin
embargo, ello no surge como consecuencia de una relación provinciana que había
justificado por el aislamiento artístico de Bolonia. Morandi, que viajó muy
poco y nunca al extranjero, se orientó con todo aquello que veía en las escasas
publicaciones de arte moderno, a través de lo poco que llegó a Bolonia del
temporal futurista y del cubismo naciente.
Así pues, se mueve en lo mejor de la nueva tradición figurativa, que surge con el Futurismo y sobre todo con el Cubismo, gracias a lo poco que pudo ver reproducido, sobre todo de Picasso y del primer Derain, antes, por tanto, de que enmendase su trayectoria.
Hoy es compartido por críticos e historiadores que el legado de Morandi se ha convertido en piedra de toque del arte contemporáneo. Su influencia se extiende a un amplio abanico de artistas de distintas sensibilidades que ha sabido, cada uno desde su propia técnica y medio, interpretar su repertorio expresivo para encontrar en su lenguaje respuestas a las preguntas de nuestro tiempo. Son numeroso los artistas, escritores y cineastas dentro y fuera de nuestras fronteras que hoy continúan estableciendo un diálogo con “el alma” de la obra del maestro italiano. La exposición muestra esta relación a través de veintiséis obras de veinte artistas contemporáneos: Alfredo Alcaín, Juan José Aquerreta, Carlo Benvento, Dis Berlin, Berozzi & Casoni, Lawrence Carroll, Tony Cragg, Tacita Dean, Ada Duker, Andrea Facco, Alexandre Hollan, Joel Meyerowitz, Luigi Ontani, Gerardo Rueda, Alessandro Taiana, Riccardo Taiana, Franco Vimercati, Edmund del Waal, Catherine Wagner y Rachel Whiteread.
La exposición muestra 109 obras de Giorgio Morandi, y realiza un amplio recorrido por la producción morandiana a través de siete secciones en las que se abordan todos los temas queridos por el artista, fundamentalmente naturalezas muertas, paisajes y jarrones con flores. Al inicio del discurso que desgrana la muestra destacan Autorretrato y Bañistas dos de los escasos ejemplos de la representación de la figura humana en su producción.
Estos son los títulos de las siete secciones: Los inicios, Encantamiento metafísico, Paisajes de duración infinita, El perfume negado, El timbre Autónoma del grabado, Los colores del blanco, Diálogos silenciosos.
Las
dos primeras secciones muestran la primera época de Morandi. Al finalizar la
Primera Guerra Mundial, los intereses de Morandi se dirigieron a la llamada
“Pintura metafísica” que conoce a través de la revista Valori Plastici
(1918-1921), de Mario Broglio, Tras compartir unos meses en Revenna con Giorgio
de Chirico y Carlo Carrá, su obra se pobló de maniquíes, esferas y elementos
geométricos propios del nuevo estilo.
A lo
largo de su carrera, Morandi reprodujo dos tipos de paisajes muy queridos por
él. Por un lado, los alrededores de Grizzana, una aldea en los Apeninos, entre
la Toscana y Emilia-Romaño, y por otro, el patio que se veía desde la ventana
de su estudio de la Via Fondazza en Bolonia motivo que abordó a partir de 1944,
tras haber dejado de lado casi por completo este género; muestra de ello es Patio
de la Via Fondazza de 1954.
En sus estudios de flores, Morandi dirige la mirada a Renoir en este tipo de composiciones de manera tradicional. Flores (Fiori), de 1952 presenta un jarrón que destaca por su verticalidad, en contraposición con el horizontal que marca el lugar en el que está apoyado, en lo que resulta un equilibrio algo inestable. A pesar de la simplicidad de las escenas, esos jarrones, que en su mayoría albergan rosas, zinnias o margaritas de capullos apretados, generan una suerte de inquietud en el espectador.
A lo largo de su carrera, Morandi realizó unos ciento treinta grabados, siempre utilizando exclusivamente el negro. Su primera estampa la realizó con veintidós años, en 1912. A partir de este momento, su actividad con esta técnica no cesará, aunque con algunas interrupciones, hasta tres años antes de su muerte. Las décadas de 1920 y 1930 son las más prolíficas en cuanto a estampación se refiere. Su proceso de aprendizaje fue lento, seguramente a través de manuales, pero tras años de práctica consiguió transcribir las sensaciones de los colores de las gradaciones de los blancos y los negros del grabado. Sus estampas, aunque puedan parecer sencillas, son resultado de un complejo y meticuloso proceso, que a pesar de todo no hace que la imagen pierda espontaneidad.
En este sentido, el color blanco es fundamental en su poética. Por paradójico que pueda parecer, este -no color- adquiere en sus composiciones un variadísimo valor cromático, con sus matices de ocre, marfil, rosado o grisácea. En las acuarelas, el blanco del papel actúa de manera evidente como un color más, en contraste con las zonas pintadas. Una práctica que también había llevado a cabo Cézanne y que Morandi aplica además a su obra grabada. Si comparamos la Naturaleza muerta de la Fondazione Magnani Rocca, de 1936 con Naturaleza muerta de 1946, veremos cómo la diferencia entre una y otra se establece a través de las gradaciones tonales de los blancos, interrumpidas por el amarillo de la mantequilla y el azul de los cuencos, así como por el modo de establecer la composición, una más cercana al espectador que la otra. En ocasiones, los objetos se disponen en línea, algo apretujados, formando una suerte de muro, como si estuvieran escondiendo algo, aunque detrás solo haya un espacio que se distingue gracias al cambio tonal que Morandi aplica al fondo.
Morandi
era capaz de pintar un lienzo en un par de horas, pero dedicaba muchísimo
tiempo previo a pensar y estudiar la composición de los objetos, la relación de
estos en el espacio, la posible incidencia de la luz y la gradación tonal. Sus
botellas, cajas, jarrones, ya sea que se coloquen formando una barrera compacta
o en una composición más suelta, siempre siguen una disposición controlada en
la que no hay nada casual.
Es como si para Morandi hubiera infinitas posibilidades en la orquestación de los objetos en el espacio; de hecho, algunos críticos han utilizado metáforas musicales para explicar su pintura. A modo de ejemplo, Cesare Brandi escribe sobre la “fuerza de una nota de color que se eleva con la pureza de un trino, sin alterar el orden armónico” y Francesco Arcangeli habla de una “paz sinfónica”.
Giorgio Morandi “Me dedico esencialmente a pintar un tipo de bodegones que comunican sensaciones de tranquilidad e intimidad, estados de ánimo que siempre he valorado por encima de todo”.
Comisarias:
Daniela Ferrari y Beatrice Avanzi, conservadoras del Museo di Arte Moderna e
Contemporánea di Trento e Revereto (MART). Exposición organizada por Fundación
Mapfre y Fundación Catalunya La Pedrera.
Fuente:
Morandi. Resonancia infinita. Fundación Mapfre Sala Recoletos, Madrid del 24 de
septiembre 2021 al 9 de enero de 2022. Fundación Catalunya La Pedrera,
Barcelona del 3 de febrero de 2022 al 22 de mayo de 2022. Documentación y
fotografías: Comunicación de Fundación Mapfre, Alejandra Fernández Martínez.
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