Nuestra
cita con Ingres en el Museo
Nacional del Prado, digo bien, nuestra, me acompañan mis sobrinos el
pequeño Mauro y el joven Manuel mi asistente en este blog. Mauro con su
audioguía, que nos acerca cuando tiene dudas, la obra seleccionada por los dos
es El sueño de Ossian (1813).
El sueño de Ossian (1813) óleo sobre tela 3,48 x 2,75 m. Montauban, Museo Ingres.
Es
la primera muestra monográfica en España de Jean-Auguste Dominique Ingres (1780-1867).
El Prado ha conseguido reunir
para la ocasión un conjunto excepcional de 70 obras, 42 pinturas y 28 dibujos,
todas ellas de gran calidad. Las colecciones del Museo del Louvre proporcionan
la base de la propuesta, pero la exposición se completa con préstamos, también
de gran importancia, de otros museos e instituciones, Francia, Bélgica, Italia,
Inglaterra y Estados Unidos.
Ingres fue
discípulo de David. Vivió mucho
tiempo en Roma, primero como pensionado (1806-1820) y después como director
(1835-1841) de la Academia Francesa en Villa Medici y en Florencia 1820-1824.
Fue el último de los “italianizantes”, pero, más que a los antiguos, estudiaba
a Rafael, a Bronziano y a Poussin. No fue neoclásico, pues el
Neoclasicismo no aceptaba ni la tendencia revolucionaria, daviniana, ni la
conservadora, canoviana. Entre su ideal y el ideal romántico de Delacroix había un contraste que se
convirtió en obstinada y firme polémica. No tenía intereses ideológicos ni políticos.
De joven rindió homenaje al “genio de la
historia” con algunos estupendos pero enigmáticos retratos de Napoleón, que se
pueden ver en esta exposición: Napoleón I
en el trono imperial 1806, óleo sobre lienzo, 259 x 162 cm. Musée del Louvre.
Napoleon Bonaparte Primer Cónsul, Musée
des Beaux-Arts, Lieja. Ya anciano se inclino ante el “genio del
cristianismo” con varias pinturas religiosas de calculada frialdad, el tema
fuera clásico o romántico no le interesaba concebía el arte como pura forma. Lo
que entendía por forma se ve en los
retratos, su “genero” predilecto. No intentaba
interpretar los sentimientos, la psicología o el drama del personaje de quién tan sólo
pretendía definir y establecer lucidamente la forma.
La
forma no era, pues, una idea
transcendental e inmutable sino un valor inmanente que el artista descubría en
las relaciones entre las cosas, más aun que la cosa en sí misma. El medio del
que servía en su búsqueda era el dibujo: muchos retratos solo dibujos al trazo,
con lápiz duro, y sin embargo, el signo define a la vez la figura y el espacio
en que se encuentra. “El dibujo”,
repetía, “es la probidad del arte”; no es idealización genial, o proyecto
de la obra, sino la obra en su integridad, es decir, línea, claroscuro, luz,
color. Al ser algo acabado y plenamente significativo, la obra de arte no tiene
funciones cognoscitivas o morales, no sirve al Estado ni a la Iglesia, ni a la
revolución ni a la reacción. Tiene en si su propia razón intelectual y su
propia moral.
óleo sobre lienzo, París 1806 Museé du Louvre, en depósito en el Museé de l'Arnmée, París.
La Baigneuse de Valpinçon fue pintada en Roma
1808, cuando triunfaba la poética canoviana de la belleza ideal a la que Ingres no era en absoluto
insensible. Para Canova la belleza
ideal estaba en la figura o, más exactamente, en la sublimación de la figura
hasta su identificación con la idea trascendental de lo bello. Para evitar la
sugerencia emotiva o sensual, Ingres presenta a la bañista de espaldas, sin el
mini atisbo de movimiento, pero sin ostentar una inmovilidad de estatua. La
gran figura esta como suspendida en el limitado espacio lleno de luz fría,
reflejada diluida no tiene rostro; lo poco que se ve de él esta velado por la
sobra; pero precisamente ahí junto a la nota más obscura del cuadro, estalla la
nota luminosamente más alta, la tela que envuelve la cabeza, de un blanco que
se nota cálido al contacto con los rojos del bordado.
La baigneuse del Valpinçon (1808) óleo sobre lienzo, 146 x 97,5 cm París, Museo del Louvre.
En
otros términos, Ingres es el primero en comprender que la forma no es más que
el producto de la manera de ver o experimentar la realidad propia del artista;
es decir, el primero que reduce el problema del arte al problema de la visión.
Y este hecho explica por qué, a pesar del clasicismo de los temas su pintura ha
sido objeto de enorme interés por parte de algunos grandes impresionistas como
Manet, Degas, Renoir y el propio Cézanne; más tarde de los neo-impresionistas,
especialmente de Seurat, Henrry Matisse y finalmente Picasso y Man Ray, y
algunos más.
La
exposición se presenta con un itinerario cronológico, organizado en once salas
en las que se entrelazan dibujos y pinturas. Resultando un recorrido fácil y bien documentado.
Hoy,
antes de escribir esta entrada he vuelto a verla, es una exposición de esas para no perdérsela.
Bibliografía:
Ingres, Museo Nacional del Prado. Del 24 de Noviembre 2015 / 27 Marzo 2915.
Documentación del Museo Nacional del Prado.
© Mariví Otero 2016
Asistente:
Manuel Otero Rodríguez.
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