El Museo Nacional
Thyssen-Bornemisza presenta una exposición retrospectiva del artista Balthasar Klossowski de Rola
(París, 1908 – Rossinière, 2001), conocido como Balthus, organizada
conjuntamente con la Fondation Beyeler
en Riehen/Basilea, donde ha podido visitarse hasta enero de 2019, y con el
generoso apoyo de la familia del pintor. Los comisarios de la muestra de
Madrid: Raphaël Bouvier, Michiko Kono y
Juan Ángel López-Manzanares, han intentado desbrozar su historia, asumiendo
que todo es cuestionable.
Balthus.
Hijo del historiador del arte y pintor Erich Klossowski y de la también artista
Elisabeth Dorothea Spiro, conocida como Baladine, eran artistas de origen
polaco. Ambos vivían en París cuando Balthus nació y creció en el
ambiente intelectual y artístico de la ciudad, donde se habían instalados su
padres unos años antes. Tras estallar la Primera Guerra Mundial, la familia
tuvo que abandonar Francia y refugiarse en Berlín y en Suiza. En 1917 los padres de Balthus se separaron y
Baladine se convirtió en Merline, musa y compañera de Rainer Maria Rilke. Balthus
y su hermano mayor, Pierre, se trasladan a vivir a Ginebra con ella y el poeta
acabó ocupando el lugar de su progenitor y su principal mentor. En 1920 Rilke publicó una colección de acuarelas
del joven artista en el libro Mitsou:
quarente images par Balthusz, a partir de entonces, su apodo familiar se
convertiría en su nombre artístico.
Fue amigo de los
pintores André Derain, Alberto Giacometti, así como de los escritores Antonin Artaud, Pierre Jean Jouve
y André Malraux. Mantuvo frecuentes contactos con mecenas de la aristocracia y
artistas de otras disciplinas como el cineasta Federico Fellini. Fue retratado
por respetados fotógrafos como Irving Penn y Loomis Dean el segundo de los
cuales le dedicó un reportaje en la revista Life
en 1957.
En
1937 se casó en Berna con Antoinette de
Watteville, mujer a la que había amado desde su juventud. Tras su
separación mantuvo una discreta relación con la hija del pensador Gerges
Bataille, Laurence, que vivía con su madre. La joven era hija de la actriz de
cine y teatro Sylvia Bataille, tras haberse separado de su marido, convivía con
su nuevo compañero, el psicoanalista Jaques Lacan.
Expone por primera vez
en Londres en 1936 y en 1938 en los Estados Unidos. Cuando estalla la guerra es
llamado a filas, pero un año después fue excluido del ejercito por motivos de
salud. Al final de la década de 1940 su prestigio artístico estaba plenamente consolidado.
Separado ya de Antoinette, en los
años 1953-1961 trasladó su residencia al Château de Chassy, en Morven (Borgoña).
Su amigo
y ministro de Cultura de Francia, André Malraux,
en 1961 le nombra director de la Académie de France en Roma. Dedicado a la
renovación del edificio histórico de Villa Médicis, sede de la Academia, que
duraría 15 años, ocupa menos tiempo en su trabajo. Sin embargo, en Italia, Balthus
empieza a utilizar una técnica que recuerda la de los frescos renacentistas. En
1962, en un viaje a Japón como director de la Academia, conoce a Setsuko Ideta, con quien se casaría unos
años después.
En un viaje a Suiza,
Balthus y Setsuko se enamoraron de un edificio del siglo XVIII conocido como el
Grand Chalet, en Rossinière, que había sido un hotel desde los tiempos del
Grand Tour, alojando a conocidos viajeros y artistas. Tras adquirirlo y
renovarlo, el pintor se traslado allí en 1977, junto a su mujer y sus hijos,
hasta el fin de su vida. Murió el 18 de febrero de 2001.
La exposición se divide en siete
apartados, reúne 47 obras, en su mayoría pinturas de gran formato, que cubren
todas las etapas de su carrera desde la década de 1920.
La primera sala está
dedicada a las obras de juventud. Es un periodo, de 1925 a 1930, en el que
siguió los presupuestos formales de Pierre Bonnard, amigo de la familia, al
tiempo que profundizaba en el estudio de los maestros del primer Renacimiento.
Las obras seleccionadas son escenas callejeras que, como algunos poemas de
Rilke versan sobre juegos infantiles.
Provocación y transgresión. Primera exposición de Balthus en la Galerie
Pierre. En 1934 tuvo lugar la primera exposición individual de Balthus en
la surrealista Galerie Pierre y el contenido de la misma sorprendió por su
carácter provocador. Balthus era consciente del revuelo que podían causar sus
obras. La exposición contó con tan solo siete lienzos, entre ellos se
encontraban dos que podemos ver en esta sala La Calle y El aseo de Cathy.
La calle es el lienzo más grande que
Balthus había pintado hasta el momento una especie de pintura-manifiesto de su
nuevo lenguaje. En la escena, el artista representó mucho más que una simple
calle. De algún modo capto la esencia de la condición humana introduciendo
pulsiones primitivas en el contexto de una escena cotidiana. Tal es el caso del
joven que asalta a una niña en el lado izquierdo de la composición.
En Representación e intimidad/ Retratos de los años treinta.
Encontramos retratos de encargo que ayudaron al artista a estabilizar su
situación económica, después del fracaso en ventas de su primera exposición, en
esta sala hay obras relevantes de muchachas adolescentes. Las figuras femeninas
en estancias privadas fue un tema convencional desde finales del siglo XVIII.
La protagonista de
algunas de estas pinturas es Thérèse Blanchard, una niña de unos diez años,
hija de un vecino de su estudio. La niña se convirtió en su modelo favorita a
partir de 1936. El pintor ha sido mayoritariamente conocido por la
representación de esta temática, que ha levantado gran expectación del público
incluso en la actualidad. Son figuras que oscilan entre la inocencia y el
erotismo, y que aparecen dormidas, soñando despiertas, leyendo o sumidas en el
aburrimiento.
Los años de Camprovent, Friburgo y
Ginebra. Obras
de la primera a mitad de los años cuarenta. Tras ser llamado a
filas en la Segunda Guerra Mundial. Balthus fue pronto desmovilizado al
ser herido en una pierna. Poco después se estableció junto Antoinette en
Champrovent, en la región no ocupada de
la Saboya francesa. Dos años más tarde, alejándose todavía más de la guerra, ambos
marcharon a Suiza; primero a Friburgo y, posteriormente, a Ginebra.
Balthus. Memorias,
2002 […] Tiempo espolvoreado de oro que
no ha sufrido la alteración del mundo, tiempo circundando de un halo mágico,
tiempo inmovilizado en lo que ven, sonriendo, las soñadoras. Tiempo surreal
propiamente dicho y no surrealista […]
La dimensión mágica del
tiempo que Balthus comenta a propósito de su pintura, se manifiesta
especialmente en algunas de las obras de esta sala. Los interiores muestran
ahora acogedoras habitaciones propias del ámbito privado: el salón de su
residencia rural en Champrovent o las lujosas estancias de su casa en Ginebra.
De vuelta en París. Obras de la segunda mitad de los años cuarenta. En 1946 Balthus
regresó a París, en esta ocasión sin su mujer y sus hijos. Fueron unos
años muy productivos en los que el artista potenció la relación de su pintura
con el teatro. El pintor se valió de
estrategias compositivas y narrativas propias de esta disciplina que tanto
admiraba. En la pintura de Balthus, el espectador puede acceder
a la contemplación de espacios estrictamente privador, al igual que en el
teatro de finales del siglo XIX y comienzos del XX, donde era frecuente la
representación de pequeños dramas burgueses. En la obra de estos años
desaparece en buena medida el componente provocador de su pintura anterior,
como puede verse en La partida de naipes
(propiedad del Museo Thyssen).
Del Estudio de París Al Château de Chassy. Obras de los años cincuenta. En este contexto, el historiador Marc Le Bot
escribió: “En la detención del tiempo, en la inmovilidad de las cosas y los
cuerpos, en el espacio, que parece como taraceado, el espacio y el tiempo
manifiestan repetición. En ellos no todo es idéntico, pero todo comienza en
ellos de nuevo”.
De modo semejante, el
artista realizó variaciones de algunos de sus temas tales como Las tres hermanas, una serie de retratos
de grupo de las tres hijas del galerista parisiense Pierre Colle. En la
exposición podemos encontrar dos ejemplos de ellos.
De Roma a Rossinière. Obras tardías. Balthus. Memorias. “Lewis
Carrol con su Alicia fue el que me permitió plasmar el encanto de la infancia”.
Balthus pintó El gato en el espejo III en la localidad
suiza de Rossinière, donde se estableció con su familia desde 1977. En sus
obras finales de los años ochenta y noventa Balthus llevó a su
culminación el interés por los textiles
y la ornamentación, como se observa en la variedad de telas, almohadas y
colchas de ricos estampados que cubren el sofá en este ejemplo. Es la tercera
pintura de una serie con el mismo título en la que el artista representó a una
muchacha sentada con un espejo en sus manos, elemento clave de sus lienzos. En
esta ocasión, la joven no mira su reflejo, sino que invierte el espejo para
colocarlo frente al gato.
“Todos los grandes pintores nos enseñan a
ver, Balthus nos lleva a un mundo que es solo suyo. No era surrealista ni realista.
Ni perteneció a ningún otro ismo. Sus cuadros son radicalmente originales,
invenciones únicas e independientes, algo deudores del pasado pero solo en el
sentido de la maestría técnica, para algunos un poco escandalosos en sus temas
pero solo como una manera de llamar la tención (como él mismo afirmó en una
carta), y al cabo tributarias totalmente de su audaz aparición en nuestro
presente” (Wim Werders).
Irving Penn: Balthus, París, 1948. C The Irving Penn Foundation.
© Mariví Otero. 2019.
Manuel
Otero Rodríguez
Fuente:
BALTHUS.
Museo Nacional Thyssen-Bornemisz. Madrid.
Del 19 de febrero al 26 de mayo de 2019. Departamento de Prensa del Museo:
documental y gráfica.
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