El título de la exposición está tomado de una frase del
propio artista y alude a la proyección de sí mismo en otros. De hecho, Ishida
se identifica con sus melancólicos
personajes inmersos en escenas de alienación. En uno de sus cuadernos de
apuntes y bocetos fechados en 1999 escribió:
“Intenté
reflejarme a mí mismo –mi fragilidad, mi tristeza, mi ansiedad- como una broma
o algo divertido sobre lo que reír. Transformarme en objeto de risa, o de más
tristeza. A veces era visto como una parodia o sátira de la gente
contemporánea. Me expandí para incluir a los consumidores, los especuladores,
los trabajadores y los japoneses. Las figuras del cuadro se expandieron hacia
gente que pudo sentir”.
El Museo Nacional Centro
Reina Sofía, ha inaugurado en el Palacio de
Velázquez. Parque del Retiro la exposición Autorretrato de otro es
la primera gran retrospectiva que se realiza fuera de Japón sobre el trabajo de
Tetsuya
Ishida (Yaizu, Shizuoka, 1973 – Tokio, 2005), un artista de culto en su
país, que en su corta carrera reflejó con incisiva lucidez las amargas
consecuencias de las sucesivas crisis que perturbaron la economía mundial a
partir de 1973 entre ellas la del petróleo afectó puntualmente al crecimiento
científico, industrial y tecnológico
japonés, la tendencia desarrollista cobró un nuevo ímpetu en la década
de los ochenta, momento álgido de la
especulación inmobiliaria que provocó en 1991 el estadillo de la burbuja
financiera, hundiendo al país en una profunda depresión. Ishida forma parte de la
denominada “generación perdida” de aquellos años, que creció embestida por la
falta de expectativas, haciendo mella en una juventud cada vez más escéptica.
Madre e hijo en tienda de conveninecia. 1996. Acrílico sobre tablero.
En tan solo diez años de actividad –falleció a los 32
años- Ishida produjo un formidable corpus de trabajo, poniendo rostro
a la desolación generalizada de una sociedad radicalmente alterada por los
despidos masivos y la especulación. Sus pintura, dibujos y cuadernos (pararse a
ver) son un testimonio excepcional del malestar y la alineación del sujeto
contemporáneo, denunciando sin tapujos su deshumanización.
La exposición reúne una selección de 70 pinturas y
dibujos realizados entre 1996 y 2004, representativos de las obsesiones y del
particular universo estético del artista. La incertidumbre y el estancamiento
del período oscuro que le toco vivir, así como su reflexión sobre el trabajo,
tiene mucho paralelismo con la crisis que desde 2008 afecta a la economía y la política a escala planetaria.
Caminamos por la exposición, entre Personajes híbridos y máquinas antropomorfas. Los personajes
retratados por Ishida con gran minuciosidad y su característica obsesión por
el detalle se metamorfosean en híbridos de insectos, máquinas y medios de
comunicación antropomorfos que encarnan el grado extremo de dominación de las
tecnologías y la subordinación sin límites a una nueva inexplicable forma de
esclavitud que no distingue entre trabajo y consumo. Es posible que la fuerza
de su realismo pictórico radique en su capacidad para conectar con el
espectador sin necesidad de filtros.
La imaginaría del salary man designa al trabajador de
traje y corbata que dedica su vida a la firma que lo emplea. El apático
trabajador que protagoniza la acerada crítica
de Ishida ha sucumbido con
resignación a sus sueños y esperanzas. Al igual que los personajes de muchas
producciones manga y anime, el artista utiliza la caricatura para mostrar al
empleado adoctrinado que acata, sin derecho a réplica, su función instrumental
en el engranaje productivo.
El espacio central del Palacio de Velázquez resume la temática de la alineación a través
de la figura recurrente del oficinista
que en las visiones enajenadas de la sociedad reflejada por Ishida
personifica al empleado que ha perdido toda conexión con el producto fruto de
su trabajo.
Berutonbea jõ no hito (Cinta transportadora de
personas, 1996) refleja, por ejemplo, los procesos de transformación de la cadena
fordista de trabajo.
Mientras que en Kaishu (Retirado,
1998) el cuerpo troceado y empaquetado parece reducir su condición a la de
un producto cualquiera cuyo tiempo de vida útil está marcado desde origen por
la fecha de caducidad.
Retirado. 1998. Acrílico sobre tablero.
En Toyota Jidõ sha Imsum (Toyota Ipsum, 1996)
Ishida
retrata al arquetipo del trabajo que se compromete en cuerpo y alma con la
filosofía empresarial de la empresa para
la que trabaja.
Toyota Ipsum. 1996. Acrílico sobre tablero.
En estas tres obras, así como en otras situadas a la
derecha del Palacio, telas como Tsukawarenaku
natta biru no bucho õ no isu (Silla del jefe de departamento en un edificio
abandonado), Shachõ no kasa no shita (Bajo el paraguas del presidente de la
compañía). Nenryõ hokyu no Yõna shokuji (Repostar comida).
Todas ellas fechadas en 1996, Ishida despliega su
amarga sátira social, despojando al milagro económico nipón de pos-guerra de
todo idealismo.
La temática del trabajo
se complementa en la obra de Ishida con su obsesión por el cuerpo
enfermo y por la muerte consecuencia del maltrato al que el individuo se
encuentra sometido en su vida activa. En el ala derecha del Palacio se muestran
un conjunto de obras dedicado a esta temática que con el tiempo, fue tomando
fuerza en su trabajo tornándolo más sombrío. El cuerpo infectado (Sin título,
2004) y las atmósferas acuosas y malsanas hicieron su aparición en obras como Teieki (Fluidos corporales, 2004).
Fluidos corporales. 2004. Acrílico y óleo sobre lienzo.
Continuamos por el Palacio, en la zona izquierda hay una
serie de obras de inicios de su trayectoria en torno a la escuela, la infancia
y la adolescencia como primeros momentos de instrumentalización social y
cultural del sujeto.
La presión ejercida por
una educación encauzada hacia los imperativos de productividad, competitividad
y eficacia, así como la escuela como espacio reglado de domesticación y control
son evidentes en pinturas como Mebae
(Despertar, 1998) o Shujin (Prisionero, 1999).
En estos trabajos, y al igual que ocurre con los empleados clones, la
uniformidad del ejercito de los estudiantes está impresa en el rostro de
expresión neutra e inconfundible que se replica cuadro tras cuadro como reflejo
de un mismo individuo en representación de muchos.
La desorientación y la soledad del adolescente alude a la
creciente tendencia de la población más joven hacia la introspección, que en
Japón ha derivado en la dramática expansión del síndrome del hikikomori, el encierro voluntario de
muchos adolescentes que, inmersos en universos virtuales, eligen una existencia
vegetativa al margen de la sociedad, como las obras Dango-mushi no suimin (Cochinilla durmiendo, 1995) o Onshitsu
(invernadero, 2003), que sugieren en su encierro larval.
La figura de los niños aparece en
la última etapa de Ishida como una agresión que alude a una búsqueda de identidad,
de sus vivencias tempranas.
Muchas de las obras proceden de Japón, especialmente de
museos como el Shizuoka Perfectural Museum of Art, el Hiratsuka Museum of Art y
The National Museum of Modern Art, así como del Estate del artista. Se muestran
obras de diversas colecciones particulares de Singapur, Estados Unidos, Hong
Kong y Corea, se incluye un conjunto de cuadernos de apuntes, bocetos y
escritos que recogen algunas reflexiones de Tetsuya Ishida en primera
persona.
Hay que destacar el gran
trabajo de la comisaria de la muestra: Teresa Velázquez.
© Mariví Otero. 2019.
Manuel Otero Rodríguez
Fuente: Tetsuya
Ishida. Autorretrato de Otro. Museo Nacional Centro de Arte Reina
Sofía. Palacio de Velázquez. Parque del Retiro. 11 de abril – 8 de septiembre
de 2019. Gabinete de Prensa Museo Reina Sofía.