jueves, 2 de mayo de 2019

TETSUYA ISHIDA. Autorretrato de otro. Rostros que tienen una singularidad intrínseca.


El título de la exposición está tomado de una frase del propio artista y alude a la proyección de sí mismo en otros. De hecho, Ishida se identifica con  sus melancólicos personajes inmersos en escenas de alienación. En uno de sus cuadernos de apuntes y bocetos fechados en 1999 escribió:
“Intenté reflejarme a mí mismo –mi fragilidad, mi tristeza, mi ansiedad- como una broma o algo divertido sobre lo que reír. Transformarme en objeto de risa, o de más tristeza. A veces era visto como una parodia o sátira de la gente contemporánea. Me expandí para incluir a los consumidores, los especuladores, los trabajadores y los japoneses. Las figuras del cuadro se expandieron hacia gente que pudo sentir”. 

El Museo Nacional Centro Reina Sofía, ha inaugurado en el Palacio de Velázquez. Parque del Retiro la  exposición Autorretrato de otro es la primera gran retrospectiva que se realiza fuera de Japón sobre el trabajo de Tetsuya Ishida (Yaizu, Shizuoka, 1973 – Tokio, 2005), un artista de culto en su país, que en su corta carrera reflejó con incisiva lucidez las amargas consecuencias de las sucesivas crisis que perturbaron la economía mundial a partir de 1973 entre ellas la del petróleo afectó puntualmente al crecimiento científico, industrial y tecnológico  japonés, la tendencia desarrollista cobró un nuevo ímpetu en la década de los ochenta, momento álgido  de la especulación inmobiliaria que provocó en 1991 el estadillo de la burbuja financiera, hundiendo al país en una profunda depresión. Ishida forma parte de la denominada “generación perdida” de aquellos años, que creció embestida por la falta de expectativas, haciendo mella en una juventud cada vez más escéptica.

Madre e hijo en tienda de conveninecia. 1996. Acrílico sobre tablero.

En tan solo diez años de actividad –falleció a los 32 años- Ishida produjo un formidable corpus de trabajo, poniendo rostro a la desolación generalizada de una sociedad radicalmente alterada por los despidos masivos y la especulación. Sus pintura, dibujos y cuadernos (pararse a ver) son un testimonio excepcional del malestar y la alineación del sujeto contemporáneo, denunciando sin tapujos su deshumanización.

La exposición reúne una selección de 70 pinturas y dibujos realizados entre 1996 y 2004, representativos de las obsesiones y del particular universo estético del artista. La incertidumbre y el estancamiento del período oscuro que le toco vivir, así como su reflexión sobre el trabajo, tiene mucho paralelismo con la crisis que desde 2008 afecta a la economía  y la política a escala planetaria.

Caminamos por la exposición, entre Personajes híbridos y máquinas antropomorfas. Los personajes retratados por Ishida con gran minuciosidad y su característica obsesión por el detalle se metamorfosean en híbridos de insectos, máquinas y medios de comunicación antropomorfos que encarnan el grado extremo de dominación de las tecnologías y la subordinación sin límites a una nueva inexplicable forma de esclavitud que no distingue entre trabajo y consumo. Es posible que la fuerza de su realismo pictórico radique en su capacidad para conectar con el espectador sin necesidad de filtros.

La imaginaría del salary man designa al trabajador de traje y corbata que dedica su vida a la firma que lo emplea. El apático trabajador que protagoniza la acerada crítica  de Ishida  ha sucumbido con resignación a sus sueños y esperanzas. Al igual que los personajes de muchas producciones manga y anime, el artista utiliza la caricatura para mostrar al empleado adoctrinado que acata, sin derecho a réplica, su función instrumental en el engranaje productivo.

El espacio central del Palacio de Velázquez resume la temática de la alineación a través de la figura recurrente del oficinista  que en las visiones enajenadas de la sociedad reflejada por Ishida personifica al empleado que ha perdido toda conexión con el producto fruto de su trabajo.
Berutonbea jõ no hito (Cinta transportadora de personas, 1996) refleja, por ejemplo, los procesos de transformación de la cadena fordista de trabajo.


Mientras que en Kaishu (Retirado, 1998) el cuerpo troceado y empaquetado parece reducir su condición a la de un producto cualquiera cuyo tiempo de vida útil está marcado desde origen por la fecha de caducidad.

Retirado. 1998. Acrílico sobre tablero.

En  Toyota Jidõ sha Imsum (Toyota Ipsum, 1996) Ishida retrata al arquetipo del trabajo que se compromete en cuerpo y alma con la filosofía  empresarial de la empresa para la que trabaja.

Toyota Ipsum. 1996. Acrílico sobre tablero.

En estas tres obras, así como en otras situadas a la derecha del Palacio, telas como Tsukawarenaku natta biru no bucho õ no isu (Silla del jefe de departamento en un edificio abandonado), Shachõ no kasa no shita (Bajo el paraguas del presidente de la compañía). Nenryõ hokyu no Yõna shokuji (Repostar comida).


Todas ellas fechadas en 1996, Ishida despliega su amarga sátira social, despojando al milagro económico nipón de pos-guerra de todo idealismo.

La temática del trabajo se complementa en la obra de Ishida con su obsesión por el cuerpo enfermo y por la muerte consecuencia del maltrato al que el individuo se encuentra sometido en su vida activa. En el ala derecha del Palacio se muestran un conjunto de obras dedicado a esta temática que con el tiempo, fue tomando fuerza en su trabajo tornándolo más sombrío. El cuerpo infectado (Sin título, 2004) y las atmósferas acuosas y malsanas hicieron su aparición en obras como Teieki (Fluidos corporales, 2004).

Fluidos corporales. 2004. Acrílico y óleo sobre lienzo.

Continuamos por el Palacio, en la zona izquierda hay una serie de obras de inicios de su trayectoria en torno a la escuela, la infancia y la adolescencia como primeros momentos de instrumentalización social y cultural del sujeto.
La presión ejercida por una educación encauzada hacia los imperativos de productividad, competitividad y eficacia, así como la escuela como espacio reglado de domesticación y control son evidentes en pinturas como Mebae (Despertar, 1998) o Shujin (Prisionero, 1999).


En estos trabajos, y al igual que ocurre con los empleados clones, la uniformidad del ejercito de los estudiantes está impresa en el rostro de expresión neutra e inconfundible que se replica cuadro tras cuadro como reflejo de un mismo individuo en representación de muchos.


La desorientación y la soledad del adolescente alude a la creciente tendencia de la población más joven hacia la introspección, que en Japón ha derivado en la dramática expansión del síndrome del hikikomori, el encierro voluntario de muchos adolescentes que, inmersos en universos virtuales, eligen una existencia vegetativa al margen de la sociedad, como las obras Dango-mushi no suimin (Cochinilla durmiendo, 1995) o Onshitsu (invernadero, 2003), que sugieren en su encierro larval.


 La figura de los niños aparece en la última etapa de Ishida como una agresión que alude a una búsqueda de identidad, de sus vivencias tempranas.


Muchas de las obras proceden de Japón, especialmente de museos como el Shizuoka Perfectural Museum of Art, el Hiratsuka Museum of Art y The National Museum of Modern Art, así como del Estate del artista. Se muestran obras de diversas colecciones particulares de Singapur, Estados Unidos, Hong Kong y Corea, se incluye un conjunto de cuadernos de apuntes, bocetos y escritos que recogen algunas reflexiones de Tetsuya Ishida en primera persona.

Hay que destacar el gran trabajo de la comisaria de la muestra: Teresa Velázquez.

© Mariví Otero. 2019.
Manuel Otero Rodríguez

Fuente: Tetsuya Ishida. Autorretrato de Otro. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Palacio de Velázquez. Parque del Retiro. 11 de abril – 8 de septiembre de 2019. Gabinete de Prensa Museo Reina Sofía.

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