La exposición Paul Gauguin y el viaje a lo exótico aborda tres cuestiones que van encadenándose. La primera y fundamental es la figura de Paul Gauguin, cuya huida a Tahití, donde reconquistó el primitivismo por la vía del exotismo funciona como hilo conductor de todo el recorrido. Sus pinturas icónicas, creadas a través del filtro de Polinesia, no sólo se han convertido en las imágenes más seductoras del arte moderno sino que además ejercieron una influencia esencial en los movimientos artísticos de las primeras décadas del siglo XX, como el fauvismo francés y el expresionismo alemán. La segunda trata del viaje como escape de la civilización, que servirá de impulso renovador a la vanguardia, y el viaje como salto atrás a los orígenes a ese estado edénico, utópico y elemental que anhelaba el primitivismo. La tercera y última, se refiere a la concepción moderna de lo exótico y sus vinculaciones con la etnografía […]
Se
pueden ver magníficas obras de sus contemporáneos: Henri Rousseau, Ernst Ludwig
Kirchner, Wassilly Kandinsky, Paul Klee, Henri Mattisse y otros.
Hay
un ciclo de cine los días 8, 9, 10, 11,12, 13 de Enero “Gauguin y el viaje a lo
exótico”: Conferencias de, Javier Rebollo (Director de cine) y Luciano
Berriatúa (Historiador de cine). Os llegará tarde esta información pero si estáis
interesados acudir al Museo, seguro que ellos guardan la información en la
biblioteca.
Siempre
tengo documentación en mi biblioteca; veamos su biografía, que he contrastado y
me parece preciosa.
Paul
Gauguin nació en París el 7 de junio de
1848, hijo de Clodoveo Gauguin y de Alina María Chazal. Cuando sólo tenía tres
años, sus progenitores lo llevaron a Lima, donde vivían parientes lejanos de su
madre. Desgraciadamente, el padre, periodista político de izquierda,
falleció durante el largo viaje, pero la
viuda llegó a Lima con sus dos hijos y allí permaneció cuatro años. De regreso a Francia, se
instalaron en Orleáns, donde el joven
Paul efectuó sus primeros estudios. Luego, en 1865, Gauguin se embarca
en un buque de carga y también como marinero cumple el servicio militar, que
terminó en la primavera de 1871. Se ambientó pronto, en tierra: protegido por Arosa –su tutor y gran coleccionista de
las obras de Pissarro- ingresó en la
agencia de cambio Bertin, donde demostró buen olfato para los negocios y logró beneficios jugando
a la Bolsa. En 1873 se casó con una
joven danesa, Mette Sofía Gad, de la que tuvo hijos.
En
lo sucesivo empezó a sentirse indeciso entre el empleo y la pintura, pero no
dudo en la elección: consumido por el deseo loco de pintar a comienzos de 1883,
sin comunicar su decisión ni siquiera a
su mujer, dejó el empleo en la agencia Bertin, sin importarle la consecuencia que esta actitud podía traerle a él y a los
suyos. Pasó por encima de todo: de su familia, a la que dejó en Copenhague,
después de una desafortunada tentativa para conciliar en esa ciudad la
actividad comercial con la artística; de
la miseria, que le obligó en París
incluso a pegar carteles para ganarse el sustento; de la incomprensión del público, que se reía
de sus obras; de la enfermedad, que le llevó al hospital.
Si
su vida privada se ennegreció bajo ese aspecto, su pintura fue siempre
intransigente, libre de compromisos. Cuando volvió a Francia en junio de 1885, inició frecuentes
viajes de París a Bretaña, región cuyo paisaje lo atraía tanto como sus
pensiones baratas. Allí entabló amistad con el pintor Carlos Laval, en compañía del cual intentó su primera “fuga
de la civilización”. Partieron en Abril de 1887 hacía Panamá y pasaron luego a
la Martinica; pero en noviembre, enfermos y desalentados, regresaron a París
sin un céntimo. En ayuda de Gauguin acudió
el bueno de Schuffenecker , que le dio alojamiento en París, y en esa
ciudad entró en relación con los van
Gogh, Vicente y Teodoro, que se mostraron entusiastas de su trabajo. En la
galería dirigida por Teodoro van Gogh, en julio de 1888 hizo, una exposición
que, desgraciadamente, no alcanzó éxito comercial alguno.
Se
estableció de nuevo en Bretaña, en su amada aldea de Pont-Aven, y allí pintó e hizo esculturas
y cerámica, rodeado de un grupo de pintores entre los que figuraban el
joven Emilio Bernard, Laval, Meyer de
Haan y Pablo Sérusier. Pasó algún tiempo
en Arlés, con van Gogh, pero la visita terminó
trágicamente. Luego reapareció en
París, en casa de Schuffernecker. La exhibición artística organizada en el café
Valpini, durante la Exposición Universal de 1889, resultó un nuevo fracaso y se marchó otra vez a Bretaña;
pero sus tanteos suscitaron interés
entre los pintores jóvenes y los críticos. El momento de Gauguin estaba por
llegar: a fines de 1890 se hallaba de nuevo en París, haciéndose asiduo
concurrente de las reuniones que los poetas simbolistas y los pintores
sintetistas realizaban en el Café Voltaire. Entabló amistad allí con Mallarmé, Aurier, Morice,
Redon, Carriére, Mirbeau y los apodados Nabies. El propio
Mallarmé
presidio un banquete en su homenaje, el 23 de marzo de 1891, pero el artista ya
había salido de Francia para intentar la aventura de los trópicos. Su primera
estancia en Tahití no fue larga ni afortunada, aunque Gauguin no pudo ya
prescindir nunca de aquel de aquel ambiente natural, de aquella libertad. En
París, donde estuvo de nuevo desde
agosto de 1893 hasta febrero de 1895, no tuvo más que desilusiones: La
exposición en la Galería Durand-Ruel no le produjo ningún beneficio; la visita que Gauguin hizo a su mujer en Copenhague no reconcilió a los esposos; el dinero de la herencia de un tío suyo se
volatizó en sus manos, y Annah, la javanesa, su amante, lo abandonó y saqueó su estudio. Así pues, Gauguin se
embarcó para Tahití en febrero de 1895 para no volver nunca más a Francia.
La
correspondencia con su fiel amigo
Daniel de Monfreid fue el único
lazo que lo unió al mundo europeo después de la ruptura definitiva con su
mujer. Solo, sufriendo atroces dolencias, agobiado por trágicas preguntas sin
respuestas- “¿De dónde venimos? ¿qué somos?, ¿a dónde vamos?”-, carente de todo deseo, intentó suicidarse en
1898. Pero no era todavía el momento de su muerte: se repuso y volvió a
trabajar en medio de una increíble miseria. De resultas de rozamientos con las
autoridades de la isla, que no veían con buenos ojos aquel “blanco” que vivía
en contacto con los nativos, abandonó Tahití para refugiarse en las Marquesas,
en la isla Hiva-Hoa, o Dominica, 1901.
Gravemente
enfermo, pensó por un momento regresar a Francia, pero Monfreid le sugirió que
su destino estaba, en lo sucesivo, allí. Algunas de las autoridades de la
Marquesas consideraron peligrosa la presencia de aquel europeo en esas islas y,
en marzo de 1903, fue condenado a tres meses de cárcel. Llegaba el fin. Abrumado
por las preocupaciones, devorado por la enfermedad, consolado tan sólo por las
palabras humanitarias del pastor protestante Vernier, Pablo Gauguin deja de
existir el 8 de mayo de 1903, mientras el grito del viejo canaco Tioka: “¡El
Blanco ha muerto!”, se pierde entre la maraña de la vegetación selvática.
© Mariví Otero 2013
Bibliografía:
Guía de Mano. “Gauguin y el viaje a lo exótico”. Museo Thyssen-Bornemisza.
Madrid, hasta el 13 de Enero 2013.VV.AA.
Pinacoteca de los Genios “Gauguin”. Editorial Codex, S.A. Buenos Aires 1964,
magnífica editorial.
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