Cuando
viajas a París, siempre intentas visitar todo lo que el tiempo que tienes te da
para disfrutar de esta bella ciudad. Una de mis visitas fue al Museo de Orsay
¡que me gusta este museo! En el
recorrido pude volver a ver obras especiales, un encuentro que me sugirió esta
entrada en el blog. La colección Alfred Chauchard 1- Corot, Díaz, Dupré, Millet, Rousseau.
Alfred
Chauchard (1822-1909) fue uno de los fundadores de los grandes almacenes del
Louvre; ya desde 1885 constituyó una colección
de obras de arte privilegiando la pintura francesa del siglo XIX y
particularmente a Millet y a los paisajistas del grupo de Barbizon (Rousseau,
Courbet, Dupré, Díaz, Corot Daubigny…) en 1900, la colección, legada por
Chauchard entró en el museo del Louvre.
Museo Orsay
En
las academias seguía prevaleciendo la
opinión de que los cuadros importantes debían representar poderosas figuras y
que los obreros o los campesinos sólo suministraban asuntos adecuados para
escenas de género, de acuerdo con la
tradición de los maestros holandeses. Durante la época de la revolución de
1849, un grupo de artistas se congregó en la aldea francesa de Barbizon para
seguir el programa de Constable y observar la Naturaleza con los ojos limpios.
Uno de ellos, François Millet (1814-1875), resolvió ampliar este programa del
paisaje a las figuras; se propuso pintar escenas de la vida de los campesinos,
mostrándolos tal como eran, esto es, pintar hombres y mujeres trabajando en el
campo. Es curioso advertir que esto haya podido considerarse revolucionario,
pero en el arte del pasado, tales escenas sólo se utilizaron cuando encajaban
con el tema que se quería representar.
En
el famoso cuadro de Millet, Las espigadoras, que está ubicado en
esta colección. Aquí no se halla
representado ningún incidente dramático, nada que pueda considerarse
anecdótico: no se trata más que de tres atareadas jornaleras sobre una llanura
que se está segando. No son hermosas ni atractivas. No existe la sugerencia de
un idilio campestre en el cuadro; estas campesinas se mueven lenta y
pesadamente, entregadas de lleno a su tarea. Millet ha procurado resaltar su sólida
y recia constitución y sus premeditados movimientos modelándolas vigorosamente
con sencillos contornos contra la llanura, a la brillante luz solar. Así, sus
campesinas adquieren una gravedad más
espontánea y verosímil que la de los héroes académicos. La colocación, que
parece casual a primera vista, mantiene esta impresión de equilibrio apacible.
Existe un ritmo calculado en el movimiento y distribución de las figuras que da
consistencia a todo el cuadro y que nos hace percibir que el pintor consideró
la labor de las espigadoras como una escena
de significado noble.
Millet. Las espigadores 1857
La razón por la que Jean François Millet llega a la pequeña villa de Barbizon en las cercanías del profuso bosque de Fontainebleau en 1849, era la de realizar una severa reflexión de las deterioradas condiciones de vida en la ciudad en favor de unas más idílicas actividades relacionadas con la vida en el mundo rural. No fue el único que abandona la ciudad por un retorno a los orígenes de la vida a través de la inmersión en la naturaleza; sin embargo, si fue de los primeros artistas en instalarse en el pueblo de Barbizon para estudiar la naturaleza, experimentando con sus peculiaridades a través de árboles, caminos y riachuelos de toda la región.
De hecho eran partícipes de una lejana tradición pictórica que había comenzado en el siglo XVIII, por la cual los pintores trabajaban donde vivían. El movimiento de mitad de centuria significaba una continuidad con el reconocimiento del bosque de Fontainebleau como santuario y refugio donde los artistas y visitantes ponían en común sus almas con la naturaleza y desarrollaban una transformación espiritual de raíz esencialmente romántica a través del reconocimiento del entorno como forma de supervivencia en unos tiempos caracterizados por el masivo desarrollo de la industria y las continuas convulsiones sociales que desalentaban a aquellos que permanecían en las barriadas y casuchas pobres del entorno urbano.
La
estética de Barbizon
La
relación entre el hombre y la naturaleza fortaleció los principios de la escuela
de Barbizon que tuvieron su continuidad en las décadas de los sesenta y
setenta. Durante los últimos años de la
vida de Théodore Rousseau (1812- 1867), el líder de los artistas de Barbizon,
llevó al lienzo todos los efectos y
estados de la naturaleza. En sus lienzos reprodujo los Robles de Bas-Bréau,
dominando el entorno y la pequeña figura de un colector de leña que detiene su
labor para admirar una puesta de sol. Sus colores tamizados, la particular
forma de estudiar las calidades de la luz en el paso del tiempo hicieron e
inspiraron los modelos de muchos jóvenes artistas. A Rousseau le emocionaba la
naturaleza; por ejemplo su gran Bosque en invierno, Puesta de Sol
(The Metropolitan Museum of Art, Nueva York) revelan que no omitió en sus obras sentimientos de melancolía,
aflicción o desesperación como tantos pintores que trabajaron en el bosque de
Fontainebleau.
T. Rousseau Salida del bosque de Fontainebleau
Cuando
en las últimas pinturas del paisajista Henri Harpignies (1819-1916) de otra
generación mantuvo aquellas cualidades en sus árboles, o en sus cristalinos
estanques de agua, reproduciendo los cambios lumínicos remitiendo a
sentimientos de vacio y tristeza sugestionando como la estética de Barbizon
hacía pero con cualidades vivas que seguían perdurando después de 1900.
Añadidas estas cualidades, el trabajo de los líderes del grupo de Barbizon eran
más valorados por sus colegas pintores.
Un
talentoso observador fue el artista académico León A. Lhermitte (1844-1925)
cuyos primeros paisajes demostraron una clara afinidad con las escenas de
Camille Corot (1796-1875). Lhermitte maduró, y con tiempo reflexionó sobre el
proceso de entrenamiento de la memoria que responde a una necesidad de reproducir
la naturaleza; ideó también escenas de trabajo en el campo como cosechadores o vendimiadores que sugieren
familiaridad con el realismo de unas escenas acabadas con habilidad.
Tomando
la inspiración de la escuela de Barbizon los pintores dieron importancia a la
labor del campo a diferentes horas del día y los cambios estacionales; los
lienzos de Lhermitte –y especialmente sus luminosos pasteles- ayudaron a Barbizon a volver a valorar la tierra y la
naturaleza en un momento en el que el Impresionismo estaba disolviendo las
formas y la estructura narrativa.
La
complejidad de la visión de la escuela de Barbizon dio sólidos modelos a los
jóvenes pintores. Mientras algunos se decantaban por el lado revolucionario
otros lo hacían por el impresionismo, el impacto de la primera generación de
pintores de Barbizon no se perdió.
El
pintor que dio nombre a este movimiento, fue Gustave Courbet (1819-1877).
Cuando inauguró una exposición individual de sus obras en París, el año 1855,
la tituló Le Réalisme, G.Courbet. Su realismo señalaría una revolución
artística. Courbet no quería ser discípulo más que de la Naturaleza. Hasta
cierto punto, su temperamento y su programa se parecieron a los de Caravaggio (1571-1610):
no deseaba la belleza, sino la verdad.
Courbet. Bonjour, Monsieur Courbet 1854
La
misma preocupación por la sinceridad, la misma disconformidad con la
insoportable y teatral ostentación del arte oficial que guió a los pintores de la escuela de Barbizon y a
Courbet hacia el realismo, hizo que
un grupo de pintores ingleses emprendieran un camino distinto, La Hermandad Prerrafaelista.
© Mariví Otero 2014
© Mariví Otero 2014
Bibliografía:
E.H.Gombrich. Historia del arte. Traducción: Rafael Santos Torroella.Ediciones
Garriga.S.A. Barcelona. 1975.
Musée
d’Orsay, Guía. París
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