Museo Nacional del Prado
Como todo el mundo estoy
confinada en mi casa, ahora sí tengo todo el tiempo para organizar mi
biblioteca, mi casa es una librería con estanterías muy altas donde he ido
acoplando los libros abandonados, sí abandonados, no sé por qué. He puesto la
escalera y por ahí arribo llevo subida varios días, y he encontrado espléndidas
obras de grandes autores, ¡abandonadas! Una de ellas: PARA SABER VER (Como se
mira una obra de arte) de MATTEO MARANGONI (De la Universidad de Pisa)
Espasa-Calpe. S.A. Madrid 1951.
PREFACIO DEL AUTOR
“La Belleza es difícil” (Platón)
El favor obtenido por
precedentes ediciones me prueba que no ha sido inútil esta tentativa mía de
aclarar la esencia del lenguaje de las artes figurativas.
Nunca acaso como ahora han
surgido, puede decirse que todos los días, libros que buscan la explicación de
“el secreto del arte”. Hoy todos convienen e insisten en repetir -con mucha
razón- que el arte es forma; pero después casi todos se estancan, de una manera
o de otra, en el contenido, sin saber explicar casi nunca cómo ese contenido ha
podido convertirse en forma o expresión; nadie o casi nadie quiere o sabe
mostrar cómo es, en fin, esta dichosa forma, de cuya importancia todos parecen
convencidos, pero que tan pocos demuestran después saberla ver. El saber ver,
oír. Leer -que es el único modelo de poseer y valorar plenamente una obra de
arte-, resulta, y parece increíble, lo último en que piensa la mayor parte de
los mismos estudiosos y críticos de arte, de música, de literatura, atareados
sobre todo con la pedantesca porfía de las “atribuciones” o con el “planteamiento
de problemas” (como hoy se repite hasta la saciedad), problemas casi siempre de
interés cultural más bien que artístico.
Esta falta de familiaridad con el lenguaje
artístico se convierte en neta ignorancia entre el gran público, especialmente
respecto a las artes figurativas, que son las menos conocidas.
El mismo público italiano ha
vivido hasta hoy casi ciego entre tantas maravillas de arte, aunque le ha
cabido la fortuna de tenerlas más a la mano que ningún otro, y justamente este
libro ha nacido de la amargura ante tal observación, Así quisiera ser una
llamada apasionada y enérgica, y ello podrá excusar alguna vez cierta
intransigencia y severidad que muestra hacia artistas excesiva e injustamente
reputados, y algo de su acento polémico y vivaz. Confío poder contar en estos
casos con la inteligencia del lector imparcial, el cual sabe que toda
declaración de carácter polémico es siempre, necesariamente, un poco enérgica y
perentoria. Y, por otra parte, creo que la admiración incondicional por los
mismos artistas más insignes puede algunas veces parecerse a la indiferencia o
a la retórica, recordándonos las admiraciones que se manifiestan en ciertas
conmemoraciones de centenarios.
Alberto Giacometti Porque nuestro pueblo canta lo
mejor que puede su música, lee del mismo modo a sus poetas; pero no conoce, en
cambio, muchas veces ni de nombre, a algunos de los más grandes pintores y arquitectos
de Italia. Respecto a las artes figurativas, el público -aún el más culto- está
todavía en el estado de analfabeto. Y como él mismo no tiene conciencia de ello
e ignora hasta qué punto en esto sus ojos son incapaces de ver, una de
las frases más comunes es la de que “lo bello lo ven todos”.
Pero la belleza del arte no es
-como tantos saben ya en teoría, pero no en la práctica- la belleza de la
Naturaleza, sino que consiste en una tan alta trascendencia lírica, que
solamente puede apreciarle el que esté preparado para entender el lenguaje que
cada artista se forja para poderse expresar, o sea la forma. De aquí la
absoluta necesidad de aprender a dominar este lenguaje; necesidad que
los más no sólo no sienten, sino que ni siquiera sospechan.
Plaza de Oriente. Teatro Real Desgraciadamente, en algún
tiempo prevaleció la tendencia, o más bien la moda, de considerar con
incredulidad las iniciativas de este género, que primeramente se presentaban
como cerebrales; pero hoy, en que, exagerando ciertas conquistas del pensamiento
contemporáneo, todo debería entenderse por pura intuición; hoy, por una fatal
reacción contra el formalismo de anteguerra, se cae en el exceso opuesto: en
una manía continuista o de apreciar tan sólo el fondo, todavía más
artificiosa que aquel formalismo que se quería combatir. Es ciertamente
característica de hoy esta frenética sed de poesía (léase contenido),
con gran daño del arte (Léase forma). Y tal moda de hoy se debe también
a la gran masa de advenedizos que presumen respecto del arte, sin tener
suficiente competencia ni siquiera familiaridad con él y, lo que es aún peor,
sin estar dotados de ninguna aptitud para esto.
Hoy, especialmente por la
fácil difusión del saber -cosa bastante diferente de la cultura-, muchos se
creen en el caso de poder hablar y escribir de arte y con derecho a acusar de formalistas
a aquellos que se limitan a ver, honradamente, con… los ojos y no, como hacen
los primeros, con la fantasía o con la literatura. Biblioteca Nacional de España Que todos éstos nos den
primero la prueba de que saben leer una obra de arte y disfrutar de
ella, pues de otra manera continuaremos en la duda -por no decir en la
convicción- de que su desconfianza hacia la forma deriva de su ineptitud para
entender, para poseer el lenguaje, para saber “Leer en poesía” una obra de
arte, Si toda esta buena gente pudiese de verdad experimentar la exaltación
benéfica que de por sí proporciona la plena posesión de los verdaderos valores
expresivos, o sea formales, de una obra de arte, no se embarullaría tanto con
algunas lucubraciones social-ético- moralistas. “La poesía, por el hecho de ser
poesía, sin ser poesía moral, civil patriótica o social. Ayuda a la moralidad,
a la civilidad, a la patria y a la sociedad” (Pascoli).
Lo peor es que nuestros
enemigos lo son frecuentemente de buena fe, y de aquí el que sean aún más
irreductibles, La mayor parte de ellos no ven, no sienten; ¿qué otra
cosa podía, por tanto, hacer sino atenerse a los más retóricos lugares comunes?
De otro modo comprenderían que el arte tiene por sí, naturalmente, tan profundo
ascendente moral, que no consiste ni necesita otros ingredientes prácticos.
Es preciso, en fin, que la
gente se convenza de que el arte es una cosa muy seria y difícil, y no un
pasatiempo de desocupados; que no es cosa para el primero que llegue -como
acaso se intentaría sostener hoy- sino un mundo cerrado a la multitud
indiferente, y solamente abierto a quien consiga con amor conquistarlo; lo
mismo que también ocurre con todas las cosas grandes y puras del mundo práctico
o del espiritual. Así, la música -que siendo, por muchas razones, más accesible
que las demás artes sus hermanas, cuenta con el máximo número de apasionados
-puede vanagloriarse de arrastrar hacia sí verdaderas multitudes, y no nos
extraña el espectáculo de millares de oyentes que en religioso recogimiento se
hallan dominados por la sola potencia del arte.
La ventolera “continuista” de
hoy, fruto, esperamos, de modas pasajeras -como el angloamericanismo, el
snobismo y otros parecidos infortunios nacionales-, es también una prueba más
de la escasa aptitud de mucha gente para poseer el lenguaje del arte, o sea el
arte mismo. Plaza de Colón y Julia
(escultura de Jaume Plensa) Porque hoy, que la razón está
un poco en baja y que está en cambio, de moda la institución, la gente
se cree con derecho a entenderlo todo a la primera. Y de aquí que sea
todavía más ingrato ahora tener que persuadir a tanta gente de que no saben ni
ver, ni oír, ni leer. Así, me contentaría si alguien, después de leído este
libro conviniese honradamente consigo mismo que mi pesimismo respecto al
público no es enteramente exagerado -como a alguno ha parecido- sino
justificado plenamente.
Por último, quisiera recabar
del amigo lector el saber… leer, Si no es fácil escribir un libro, es
todavía más difícil hacerlo leer y hacerlo entender. Hoy, por quererse leer
demasiado, no se lee: se hojea, y después se cree haber leído y hasta poder
criticar. En vez de esto, aun el libro más fácil debería ser releído -como se
vuelve a oír una música o se vuelve a ver un cuadro- por lo menos antes de dar
por definitivo un juicio sobre el caso. Porque ¡Cuántos críticos ligeros (y no
digo de los hostiles) le hacen decir a uno cosas que nunca había soñado
escribir! “Lege ac relege” ¡Cuántas veces al volver a leer, o a
escuchar, o a ver, he tenido que reconocer un error mío! Escribí este libro hace varios años, más que para los inexpertos, para
ellos, - ¡y tantos son! - que creen… no serlo. Después he debido darme cuenta
de que no sólo esos tienen necesidad de aprender a saber leer una obra de arte,
sino también – como mostraré en el texto- muchos de los que se llaman
especialistas, los cuales, hoy que vuelven a estar de moda los valores
“morales”, se sienten muy felices y a la moda propalando que las experiencias
sobre la forma han sido “ya superadas”. Espero demostraros que la verdad es
precisamente lo contrario.
Plaza Mayor El mérito de la crítica
moderna, en cambio, consiste justamente en haber comprendido por fin el enorme
valor del lenguaje, de la forma, y constituiría un delito el volver a renegar de
ella,
Carducci, en 1863, advirtió
ya; “Desgraciada la crítica que osase vanagloriarse alguna vez de no hacer caso
de la forma,” ¡Preciosas palabras!
Fotografías realizadas
durante mis paseos en la franja horaria de mi confinamiento, en el que
seguimos.
Puerta de Alcalá © Mariví Otero 2020 Manuel Otero Rodríguez |
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