Quien acuda al Museo del Prado
hasta el 13 de septiembre no podrá recorrer todas sus salas, pero las que
visite le procurarán una experiencia única. Para ello se ha concebido un
espectacular montaje en la Galería Central y salas adyacentes, un espacio
emblemático que, por sus características arquitectónicas, garantiza el
cumplimiento de las recomendaciones de las autoridades sanitarias sobre la
Covid19 y procura un modelo de visita segura para el público y los empleados.
El recorrido está compuesto
por 249 obras, sigue una ordenación preferentemente cronológica, desde el siglo
XV a los albores del siglo XX, pero dada su excepcionalidad, diluye la
tradicional distribución por escuelas nacionales y plantea diálogos entre
autores y pinturas separados por la geografía y el tiempo; asociaciones que nos
hablan de influencias, admiraciones y rivalidades que señalan el carácter
profundamente autorreferencial de las colecciones del Museo del Prado.
Comenzamos el recorrido (Sala
I) con la bienvenida de Carlos V y el Furor de Leone y Pompeo Leoni,
excepcionalmente desprovisto de su armadura y representado desnudo como un
héroe clásico, conduciéndonos a la Galería Central, en cuya antesala (sala 24)
nos esperan dos de las obras más importantes del museo: El descendimiento de
Van der Weyden y La Anunciación de Fra Angelico y Adan y Eva de
Durero. A continuación, se accede al primer tramo de la gran galería (salas
25 y 26) obras del Bosco, Patinier, Adán y Eva deTiziano y el Adan y
Eva de Rubens según Tiziano, Correggio, Rafael, Juan de Flandes,
Veronés, Tintoretto y Guido Reni, entre otros grandes artistas italianos y
flamencos de los siglos XVI y XVII.
En el corazón de la Galería Central (sala 27) permanecen los retratos de Tiziano de los primeros Habsburgo presididos por Carlos V a caballo, en Mülhberg, frente a dos de las Furias, que flanquean el acceso a la Sala XII. Pocas veces este espacio emblemático del Prado ha merecido con tanta justicia el título de sancta sanctorum del museo. La reunión por primera vez, desde al menos 1929, de Las Meninas y las Hilanderas, junto a un emocionante “retablo integrado por los bufones de Velázquez y retratos, escenas religiosas y grandes filósofos procuran uno de los momentos más emocionantes de la visita, es una lección como se mira una obra de arte.
En las salas del norte que
flanquean la Galería (salas 8B, 9B y 10B), Ribera y el naturalismo español -con
Maino y Zurbarán- conviven con el europeo (Caravaggio y Latour), como lo hacen
Clara Peters y los bodegonistas españoles coetáneos. El Greco, por su parte, lo
hace con Artemisia Gentileschi y puede apreciarse reunida la labor de
retratistas como Sánchez Coello, Sofonisba Anguissola y Antonio Moro.
La zona sur (sala 16B) acoge la
obra de los maestros españoles de la segunda mitad del siglo XVII, con Murillo
y Cono como principales protagonistas, junto a artistas contemporáneos de la
escuela francesa como Claudio de Lorena y flamenca, como Van Dyck.
La verosimilitud. el
prejuicio de que el arte consista en la verosimilitud, o sea en la imitación,
exterior, de la naturaleza -del cual fue Giorgio Vasari (1511-1574) el
divulgador en la Edad Moderna- es tan antiguo, si así puede decirse, como el
mundo. (Decimos imitación exterior para distinguirla de la imitación que se
inspira en la vida real, la cual es propia de los verdaderos artistas de
cualquier tiempo o país).
Pero tal prejuicio no es
constante en todos los tiempos y civilizaciones, sino que se puede decir -grosso
modo- que se manifiesta en las de tendencia racional y científica, para
desaparecer o disminuir en las de tendencia irracional y mística.