Hace
unos días he visitado la Galería Leandro
Navarro, ubicada en mi barrio de las Letras. Me recibe Luis Miguel el asistente
de Iñigo Navarro, me comenta, ¡te va a gustar la exposición de Lobo!
Me asomo
al primer espacio, sí, la verdad
espectacular, pienso, lo importante que es saber manejar el espacio, me
recuerda mi etapa de galerista presencial.
Ya
en la exposición, al caminar entre ellas, las
esculturas, pienso que toda escultura es casi siempre, incluso
sin el permiso del escultor, un proyecto
estatuario. Un proyecto o un leve guiño insinuante, ya en el camino hacia la
estatua. Pero, ¿qué es la estatua? La estatua ya es un monumento, es decir,
algo que transcurre y se produce en el espacio –y que, por tanto, por ese
transcurrir tiene su tiempo- pero que ha tenido a su tiempo en uno de sus
instantes y se ha cristalizado así ya para siempre… Para siempre, es decir,
contra el tiempo. Llamémosle provisionalmente “la eternidad”, para entendernos
y solo para entendernos, a ese proyecto de un siempre en términos absolutos…
que elaboran con frecuencia los escultores.
Taillandier escribe en la revista
Connaissance des Arts:
Lobo quiere que sus esculturas expresen
la alegría. La acumulación de detalles implica pesadez y tristeza. Por eso Lobo
tiende a simplificar: En las cabezas suprime los ojos, la boca y las orejas. (Tiene en común con Brancusi la busca de las
formas esenciales, hasta el límite de bordear la abstracción) En el resto del cuerpo, los brazos pierden
las manos; las piernas, los pies y acaban por parecer alas. Su Maternidad de
Caracas, que representa una mujer tendida jugando con su hijo, al que sostiene
en alto, sugiere, más que la idea de dos personajes, la de unos pájaros a punto
de echar a volar.
Baltasar Lobo. Mère et Enfant, La Ciotat sur socle. 1947. Bronce. 51, 5 x 39,
Su última obra, Estela, toma la
apariencia de un ser mitológico, medio hombre, medio pájaro, iniciando un
movimiento de vuelo. Pero esta impresión de movimiento es puramente imaginaria…
En sus obras más antiguas, El ídolo, de 1945, adquirido por el Museo de Tokio,
representa una mujer sentada. Pero uno imagina que se va a levantar.
Taillandier,
también habla de estatuas.
Y aunque las estatuas de Lobo sugieran
al espíritu ideas de movimiento, producen en los sentidos una impresión de
estabilidad. Esta impresión la de el equilibrio de las formas y la elección de
los ejes: sus estatuas, o bien se yerguen siguiendo una línea vertical, o bien
se apoyan netamente en una línea horizontal; a veces, la verticalidad y la
horizontalidad se combinan, como en algunos personajes medio acostados en los
que el busto y las piernas forman ángulo recto.
Las esculturas son intermediarias entre
el hombre y la pared. La pared es inmóvil e inspira un sentimiento de
seguridad. El hombre es un organismo vivo y siempre en movimiento. Las
esculturas de Lobo, que dan a la vez impresiones de estabilidad y de movilidad,
pueden por ello, ser intermediarias.
Precisamente pensando en él decía Henri Laurens (1885-1954): “Los escultores de
las nuevas generaciones van a aprovechar nuestras experiencias y a integrarlas
en lo monumental”.
Aunque tenga cualidades de arte
monumental, no todas sus estatuas son de gran tamaño. Suele hacer algunas que
sólo tienen centímetros de altura. Si le gustan, las hace en bronce “Cuando las
veo en bronce –dice-, me dan ganas de trabajar”. Y vuelve a empezarlas en
tamaño mayor. Pero la forma cambia, “porque la forma –afirma- depende de las
dimensiones”…
Baltasar Lobo. Au Soleil. 1982. Marmol blanco de Carrara. 19 x 19 x 9 cm
Así,
es como presenta Mercedes Guillén a Baltasar Lobo (compañera) en el magnífico
libro Conversaciones con los artistas españoles de la escuela de París,
Taurus Ediciones. Madrid 1960. Del tengo un ejemplar.
El escultor Baltasar Lobo nació en
Zamora el año 1911. Muy joven, entró a trabajar en el taller de imaginería
castellana de Valladolid. A los diecisiete años es becario en la Escuela de San
Fernando, de Madrid. Renuncia a la Beca y trabaja libremente.
En 1939 llega a París y frecuenta a
Picasso y a Laurens, con el que colabora durante mucho tiempo. Expone en París,
Bruselas, Praga, Oslo, Estocolmo, etc. En 1957 presenta su primera exposición
personal en París. Es Autor del monumento levantado en Annecy (Saboya) a los
españoles que lucharon en la Resistencia y de una gran “Maternidad” que le fue encargada para la
Ciudad Universitaria de Caracas. Hay obras suyas en museos de Francia, Tokio,
Estocolmo […]
Repos c 1967-1968. Mármol blanco de Carrara. Pieza única.
11'5 cm x 24'2 cm. Firmado: B. Lobo.
Mi
admiración por Mercedes Comaposada Guillén (Barcelona 1901 – París 1994), mas
tarde firma sus escritos como Mercedes Guillén. Pedagoga anarquista, tras la
derrota en la guerra civil, se refugia en París con su compañero, bajo la
protección de Picasso. Trabaja como secretaria, luego efectúa trabajos de
traducción y se consagra a la obra artística de su compañero, el escultor
Baltasar Lobo.
En
Zamora se ha creado el Museo Baltasar Lobo, situado en La Casa de los Gigantes.
Maravillosamente montado, con obras y documentación de Baltasar Lobo y Mercedes
Guillén.
Esta
es la cuarta vez que la galería expone a este gran escultor Baltasar Lobo,
nacido en Cerecinos de Campos, Zamora, 1910 – París 1993.
He de
decir que no tengo claro, el año en que nació, ya que Mercedes Guillen data en
1911.
La
muestra la componen un conjunto de 14 obras realizadas entre los años 1943 y
1991. Entre las cuales dos esculturas –pieza únicas- realizadas en mármol de
carrara representando mujeres tomando el sol, sus maternidades, centauros y una
cabeza de toro realizados en bronce así como una original mano que sostiene un
torso. No podía faltar la imagen de esas
mujeres soñando, las que nos miran en actitud de reposo y un Homage
a sus raíces.
Baltasar Lobo: Unidad de emoción y movimiento.
© Mariví Otero 2014
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