jueves, 19 de diciembre de 2024

DARSE LA MANO. Escultura y color en el siglo de oro

 

Imagen de las salas de la exposición “Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro.” Foto © Museo Nacional del Prado.

En el Museo Nacional del Prado vamos al encuentro de esta muestra especial, comisariada por Manuel Arias Martínez, Jefe de Departamento de Escultura del Museo Nacional del Prado, la exposición reivindica la importancia de la escultura policromada para una comprensión integral del arte español y presenta por primera vez al público cinco importantes obras recientemente  adquiridas por el museo: Buen y Mal Ladrón de Alonso de Berruguete, San Juan Bautista de Juan de Mesa y José Arimatea y Nicodemo, pertenecientes a un Descendimiento castellano bajomedieval.

San Juan Bautista Juan de Mesa Madera policromada 1623-27 Madrid, Museo Nacional del Prado

Una espectacular escenografía que acoge casi un centenar de esculturas de grandes maestros como Gaspar Becerra, Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Damián Forment, Juan de Juni, Francisco Salzillo, Juan Martínez Montañés o Luisa Roldán. Junto a ellas, pinturas y grabados que, como en un juego de espejos, las emulan o reproducen, y piezas clásicas que dan testimonio de la importancia del color en la escultura desde la Antigüedad.

Los primeros pasos de Jesús Luisa Roldán, La Roldana Terracota policromada h. 1692-1704 Museo de Guadalajara.

Ya en la exposición, caminamos por las diferentes secciones: I Dioses y hombres de bulto y de colores. II Escultura para la persuasión. III Artífices y mediadores divinos y humanos. IV Volumen y policromía. V Negro de luto en un juego de espejos. VI Escultura, tetro y procesión. VII El círculo cerrado, de la traza al trampantojo a lo divino:

Desde la Antigüedad, el color fue incorporado al volumen tanto mediante el uso de materiales de diverso cromatismo como aplicando pigmentos directamente sobre las superficies. Ambas posibilidades confluirían en el mundo hispánico de la Edad Moderna, donde, con la madera como protagonista, los postizos convivieron con refinadas labores de policromía. La unión de escultura y color no solo logró entonces elevadas cotas de excelencia, sino que potenció la eficacia devocional de las imágenes, su capacidad para convencer y emocionar.

El arte de la escultura y sus primeros materiales, como el barro, la piedra o el hueso, estuvieron presentes en los relatos sobre la creación de los seres humanos desde los tiempos más remotos, comenzando por los mitos griegos, el primer hombre modelado por Prometeo o en las piedras arrojadas por Deucalión y Pirra tras el diluvio, y siguiendo por la historia bíblica de Adán y Eva.

Venus tipo Lovatelli con idolillo Taller pompeyano Mármol de Paros y restos de policromía Siglo I d. C. Nápoles, Museo Archeologico Nazionale di Napoli.

La corporeidad de la escultura propiciaba una correspondencia directa y natural con la realidad, y al mismo tiempo dotaba a lo divino de una apariencia tangible y humana, que se hacía más creíble a través de la gestualidad.

Teólogos y predicadores alimentaron historias prodigiosas y muchos defendieron la veracidad palpable de lo escultórico frente al ilusionismo de lo pictórico, cuya belleza era visible. Las mayores posibilidades narrativas de la pintura sirvieron sin embargo para dejar testimonio de sucesos milagrosos, contribuyendo a fijar en la memoria historias en las que lo natural y lo sobrenatural se confundían. También la estampa desempeñó un papel fundamental a la hora de difundir las principales devociones escultóricas.

Imagen de las salas de la exposición “Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro.” Foto © Museo Nacional del Prado.

El culto a San José y a su oficio de carpintero cobró especial importancia. El taller donde transcurrió la infancia de Cristo sirvió como metáfora de su posterior martirio en la cruz, y la trabajosa labra de la madera por parte del escultor como imagen de la vida cristiana entendida como un ejercicio de privación y renuncia encaminada a alcanzar la eternidad. Junto a la idea muy común del Dios pintor, los sermones también emplearon su imagen como supremo escultor. A él debía el ser humano su forma primaria, pero correspondía a cada hombre o mujer, a través de sus actos, “policromar” la obra divina con mayor o menor fortuna. Escultura y pintura se fundían así en una síntesis perfecta al servicio del relato sagrado.

Cristo del Perdón Luis Salvador Carmona Madera policromada y postizos 1756 Nava del Rey (Valladolid), Clarisas Capuchinas.

Gracias a su bajo coste y su arraigada tradición, la madera se alzó como el material por excelencia de la escultura, susceptible de colorearse para simular la piel, pero también vestidos que podían adaptarse a la moda de cada momento. El trabajo de la policromía ya fuera obra del autor de la talla o de un artista especializado, alcanzó una enorme sofisticación técnica y una gran consideración. El resultado podía realzarse con telas encoladas o reales, pero también con joyas marfil, vidrio o pelo auténtico. Todo ello para crear representaciones familiares y cercanas, con las que los fieles se identificaban con naturalidad.

La Inmaculada Concepción Gregorio Fernández Madera policromada, plata y postizos h. 1630 Monforte de Lemos (Lugo), monasterio de Santa Clara.

La imagen de la Virgen de la Soledad, venerada en el convento de la Victoria de Madrid desde 1568 y perdida en un incendio en 1936, constituye un paradigma de la interrelación entre pintura y escultura.

Su singularidad se fundaba asimismo en su hechura milagrosa. La leyenda presentaría a su artífice, Gaspar Becerra, como una suerte de médium en contacto con la divinidad, que le daría las instrucciones para crear la icónica obra. Una escultura de vestir cubierta con un sencillo atuendo de luto blanco y negro. Encontramos aquí un nuevo vinculo con la Antigüedad, donde el negro ya era expresión visual del dolor y la muerte. La Soledad ejemplifica además el potencial de la interacción entre escultura, pintura y estampa.

La Virgen de la Soledad Atribuido a Sebastián Herrera Barnuevo Óleo sobre lienzo h. 1665 Madrid, Museo Nacional del Prado.

Los pasos procesionales, ya fueran de figuras individuales o de grupo, como escenas congeladas, potenciaron los valores dramáticos por medio de las actitudes contrastadas, el vivo cromatismo o el dinamismo de las composiciones.  A su expresividad y capacidad comunicadora contribuiría asimismo el atractivo de su contemplación en movimiento. Algunas figuras, se articulaban para aumentar su efecto y su influencia sobre los fieles.

Estas formas de religiosidad popular serían cuestionadas por los ilustrados. Uno de ellos, el padre Isla, llegó a calificar esas imágenes y sus representaciones escénicas de “títeres espirituales”.

La policromía también desempeño un papel fundamental en esa búsqueda de la verosimilitud, tanto la de los atuendos como la de la anatomía.

Sed tengo Gregorio Fernández 1612-16 Madera policromada y postizos Valladolid, Museo Nacional de Escultura.

La interrelación entre la escultura y la pintura tuvo en los proyectos dibujados para los altares y retablos una de sus más interesantes manifestaciones. Durante los oficios  sagrados, La palabra y la música se fundían con estas espectaculares estructuras para crear una obra total, al modo de una gran ópera.

Una idea similar se escondía tras los “verdaderos retratos” que se pintaron de las esculturas con una mayor fortuna devocional, trampantojos a lo divino que las mostraban en sus propios altares, a menudo flanqueadas por cortinas que, si en la realidad solían permanecer cerradas, velando el misterio, en estas pinturas se mostraban permanentemente abiertas, permitiendo una contemplación más íntima y cercana, porque “así la pintura como la escultura, dándose las manos componen un prodigioso un prodigioso espectáculo”.

Imagen de las salas de la exposición “Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro.” Foto © Museo Nacional del Prado.

Hasta el 2 de marzo de 2025 el Museo del Prado y la Fundación AXA, han organizado esta gran exposición que reflexiona sobre el éxito de la escultura policromada barroca y su complementariedad con la pintura.

Mariví Otero

Manuel Otero Rodríguez

Fuente: “Darse la mano. Escultura y color en el siglo de oro”. Museo Nacional del Prado. Documentación y fotografía: Área de comunicación del Museo Nacional del Prado.

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