Hermen Anglada Camarasa
Tormenta en la playa, 1898
Óleo sobre lienzo
205 x 205 cm
Colección ENAIRE
Inv. 0092
© Hermen Anglada-Camarasa, VEGAP, Madrid, 2018
La Fundación Mapfre
presenta esta muestra de intensos colores, con el redescubrimiento del Mediterráneo, una vía por la que pareció
encontrar un momento de energía y a la vez de sosiego, de equilibrio entre lo
antiguo y lo moderno, entre la ciudad y la naturaleza, que supuso una de las
etapas más brillantes de la pintura en el tránsito del siglo XIX y XX.
En
1912 escribía Monet:
“Sólo sé que hago lo que puedo para
plasmar lo que siento ante la naturaleza y que lo más frecuente es que, para
llegar a reproducir lo que experimento, olvide totalmente las reglas más
elementales de la pintura, si es que existen. En dos palabras, permito que
aparezcan muchos defectos para fijar más sensaciones”.
La exposición hace un
recorrido por aquella pintura que, con sus distintas peculiaridades, convirtió,
durante aquel período, el Mediterráneo en motor de renovación del arte. De una
manera u otra, los artistas presentes en la muestra adoptaron el Mediterráneo,
sus aguas y su cultura como uno de los motivos principales de sus
composiciones.
Claude Monet
La Méditerranée, (Cap d’Antibes), 1888
Óleo sobre lienzo
65,09 × 81,28 cm
Columbus Museum of Art, Ohio. Bequest of Frederick W. Schumacher
Inv. 1957.061.064
Comisarios
de la muestra: Marie-Paule Vial, ex directora de los Museos de Marsella y del
Musèe National de L’Orangerie y Pablo Jimenez Burillo, director del Área de
Cultura de Fundación MAPFRE. Producida por Fundación Mapfre, ha sido posible
únicamente gracias al apoyo de los más de setenta prestadores que han
colaborado en ella. Entre ellos destacan el Musèe d’Orsay, Musèe National
Picasso-París, el Musèe Matisse Nice, el Centre Georges Pompidou, el Musèe
d’art Moderne de la Ville de Paris, el Museo Nacional Centro de Arte Reina
Sofía, el Kunstmuseum, el Columbus Museum of Art o el Museo di Arte Moderno
Contemporanea di Trento e Revereto. También ha sido imprescindible la
generosidad y extraordinaria disposición de las colecciones particulares que
han accedido a prestar obras de una calidad extraordinaria.
La
exposición está compuesta por 138 obras de 41 artistas y se articula en seis
secciones.
Siguiendo
este hilo conductor, la muestra se abre con España, donde el litoral mediterráneo es, en ocasiones, mero
espacio natural que acoge a los artistas locales en sus salidas a pintar al
aire libre. Un lugar para el trabajo pero también, y sobre todo, para el
placer, para el baño y los niños jugando y corriendo por la playa; es el caso
de la pintura de Joaquín Sorolla, Cecilio
Pla, Ignacio Pinazo. Sin embargo,
nacer en el Mediterráneo también parecía proporcionar unas marcadas señas de
identidad.
Así lo entendió en
Cataluña, el noucentisme, con Joaquín Torres-García y Joaquín Sunyer a la cabeza, creando
incluso un diario y una imagen nacional basada en paisajes tranquilos y
equilibrados, en una vida sencilla y natural que se quería heredera de una
Antigüedad inmutable.
El
recorrido se abre con paisajes que no dejan ver el mar de Joaquín Torres-García, un
uruguayo que desarrolló algunas de sus obras en Cataluña, para dar paso al
primer pintor español que mostró una playa. La parte española ofrece distintas
caras. Las playas de Valencia estallan en luz y alegría porque en ellas se
desarrolla la vida, ya sea para trabajar o por placer, con niños, mujeres y
pescadores. Es también el goce del turismo burgués. Junto a obras de Sorolla
como Al agua y Clotilde y Elena en las
rocas, en las que apare oírse el mar, gran obra Bajo la sombrilla, de Lluís
Masriera.
Joaquín Sorolla
Al agua, 1908
Óleo sobre tela
81 x 106 cm
Fundación Bancaja
Foto: Juan García Rosell
La visión de este mundo idealizado en los artistas catalanes Joaquín Mir o Hermen Anglada Camarasa durante sus estancias en Mallorca se
aproxima más, en cambio, a la de los pintores franceses. La isla se convierte
en un símbolo de esa Arcadia que tanto anhelan, por la naturaleza salvaje y
exuberante, buscar la luz clara que desvela los matices más ricos, los
contrastes más sugerentes.
Joaquim Mir
Fragmento decoración Casa Trinxet, 1903
Óleo sobre tela
142 x 174 cm
Fundación Francisco Godia, Barcelona
Foto: Jaume Blassi
Julio González
Nacido en Barcelona en
1876, pasó buena parte de su vida en París, trabajó con Picasso y Gargallo, posiblemente con Brancusi, y, junto a ellos se relacionó con otros de los artistas más
importantes del momento, como Alberto Giacometti
o Fernand Léger. En los inicios de su carrera participó en el noucentisme, tal como lo muestran las
pinturas Dos mujeres y Paisaje. Sin
embargo, sí atendemos a su dilatada trayectoria como escultor, no podemos
afirmar que fuera un escultor noucentista, y ello a pesar de que un tema propio
de esta tendencia no dejó de estar presente nunca en su obra: La Montserrat, figura femenina,
arquetipo de la mujer catalana, la campesina, La bien plantada, en palabras de D’Ors. Fue con ocasión de su
participación con La Montserrat en el
Pabellón de la República española de la Exposición Internacional de París en
1937, cuando realiza numerosos dibujos, esculturas, máscaras y pinturas en
torno a este tema.
El
tren París-Lyon, que llegó hasta Marsella en 1856, hasta Niza en 1864 y hasta Ventimiglia
en 1878, facilitó los viajes hacia el sur. Allí se creó una especie de taller a
cielo abierto para varias generaciones de pintores que huyen de los embates del
mundo urbano. La identificación fue tal que, cuando hoy en día hablamos de “los talleres del Midi”, asociamos los
distintos lugares con los artistas que en ellos residieron: Aix- en Provence con Cézanne, Arlés con Van
Gogh, Antibes con Picasso.
Lo
podemos apreciar en la sección que abre Francia, la misma experiencia de Monet a su llegada a Bordighera, como
también la de Signac en Saint Tropez o
Derain en L’Estanque, del Braque de antes del cubismo, de Renoir en
Cagnes-sur-Mer o de Pierre Bonnard en Le Cannet.
Al hablar de
Mediterráneo, hablamos de tradición; la del clasicismo, la calma el equilibrio,
el orden y la serenidad; rasgos ideales, modelos creados con el paso del tiempo.
Pero con clasicismo no nos referimos solo a la Antigüedad clásica; aludimos
asimismo a las fuerzas más primitivas. Así, y aunque pueda resultar paradójico,
también al hablar de clasicismo hablamos de modernidad, pues se pueden hacer
las obras más modernas en nombre de lo clásico.
Paul Signac
L'Entrée du port de Marseille, 1911
Óleo sobre lienzo
116,7 × 162 cm
Musée Cantini (depósito del Musée d'Orsay)
Foto: ©Ville de Marseille, Dist. RMN-Grand Palais / Jean Bernard
Los talleres del Midi
En
la década de 1880, tras los pasos del
pintor Monticelli, Van Gogh se
instala en Arlés buscando “el sol del
glorioso Midi”. Alquila una casa pintada de amarillo con la intención de
convertirla en el “taller del sur” para una comunidad de artistas. Aunque este
sueño no pudo hacerse realidad, fueron muchos los pintores que desde entonces
acudieron a su llamada. Renoir, Monet,
Braque, Derain, Dufy, Bonnard.
Matisse o Picasso fueron a medirse con la luz del Midi. Se reunían todos
los veranos, invitándose unos a otros. Algunos solo pasaban unos días, otros
volvían a verse con regularidad y otros, como
Renoir, Bonnard y Matisse,
acabaron quedándose allí definitivamente.
En
1897, Signac compró La Hune, villa que se convirtió en lugar de
encuentro para Matisse, Camoin, Marquet,
Manguin y Bonnard. Ninguno de ellos era puntillista estricto, pero
compartían el mismo interés por la luz y su relación con el color. Tanto Camoin como Manguin Tomaron por costumbre pasar largos períodos en el Midi y,
tras su etapa fauve, atemperaron sus composiciones para representar motivos de
carácter edénico, como ejemplifican las obras de Manguin Cassis, el baño o
La faunesa, transmitiendo la sensación
de una felicidad al margen del tiempo.
Pierre Bonnard
Paysage, Le Cannet, ca. 1927
Óleo sobre lienzo
43 x 61 cm
Collection du Centre Pompidou, MNAM/CCI, Paris, en dépôt au Musée de l'Annonciade de Saint-Tropez.
Inv. 1955.1.42; AM 3841 P
© Pierre Bonnard, VEGAP, Madrid, 2018
En el verano de 1905, Derain y Matisse
comenzaron en Collioure a trabajar
con el color brillante y puro, iniciando la aventura fauvista. Un año después, Derain se reunió con Braque y sus amigos Dufy y Friesz en L’Estaque para seguir desarrollando esta pintura,
que tiene en su obra L’Estaque o en el Paisaje en L’Estaque de Braque buenos ejemplos.
Georges Braque
Paysage à l'Estaque, 1906
Óleo sobre lienzo
60 × 73 cm
Musée de l'Annonciade, Saint Tropez
Collection du Centre Pompidou, Mnam/Cci, Paris. Legs de M. Georges Grammont. Legs à l'Etat français pour dépôt au Musée de l'Annonciade, Saint Tropez en 1959
nºinv. D 1955.1.44; AM 3847 P
Foto: © Centre Pompidou, MNAM-CCI, Dist. RMN-Grand Palais / Philippe Migeat
© Georges Braque, VEGAP, Madrid, 2018
Continuamos
el recorrido expositivo y llegamos a la sección de los italianos, el Mediterráneo parece más bien una idea, un concepto
que preside la manera de pintar. Sea cual sea el tema, el Mediterráneo como
reencuentro con el clasicismo y las propias raíces parecen guiar la mano de
artistas como Giorgio de Chirico, Carlo
Carrà o Massimo Campligi, Alberto Savinio.
Escenas que, en
principio, podrían resultarnos familiares se muestran, en cambio, bajo el
aspecto de lo extraño y lo inquietante. Imbuidas de melancolía, estas pinturas
parecen hablarnos de la pérdida difícil de definir, de describir o de
representar. Imágenes del alma que nos remiten al pasado, al clasicismo,
recordándonos que la felicidad de la Arcadia mediterránea nunca volverá a ser
la misma.
Giorgio de Chirico
Le muse (Le muse in villeggiatura; En villégiature), 1927
Óleo sobre lienzo 73,2 x 54 cm
MART 2169
Mart, Museo di arte moderna e contemporanea di Trento e Rovereto
Collezione L.F.
© Giorgio de Chirico, VEGAP, Madrid, 2018
Matisse/Picasso, con quienes se cierra
la exposición, aglutinan aspectos de los pintores anteriormente citados, como si con ellos el Mediterráneo
llegará a su acumulación. Por un lado, la placidez que transmiten las
composiciones de Matisse, con su
gusto por la pintura y por la vida. Por otro, la ambivalencia de las obras de
Picasso: narrativas algunas, también clásicas y primitivas a un tiempo, en
ellas se muestra toda la agresividad y la melancolía del artista, de una vida.
Mientras Matisse celebra la
naturaleza, Picasso parece no
encontrar reposo y alterna estilos, buscando, sin hallarlo, el deleite de la
pintura. Y es esta la dialéctica que encontramos en el seno del clasicismo, de
un lenguaje al que los artistas vuelven una y otra vez mientras se abren a la
modernidad.
Henri Matisse
Figure à l'ombrelle, Collioure, 1905
Óleo sobre lienzo
46 x 37,5 cm
Musée Matisse, Nice
Legs de Madame Henri Matisse, 1960
(Inv. 63.2.14)
Foto: François Fernandez
© Succession H. Matisse,VEGAP, Madrid, 2018.
Picasso quizá canso de la
afluencia turística, en septiembre de 1958 Picasso se traslada al Château de
Vauvenargues, ubicado en las faldas del monte Sainte-Victoire. Solo tres años
más tarde, sin embargo, marcha a Notre Dame-de-Vie, una finca en el flanco de
una colina de Mougins. La casa se convierte en parte de su historia. En las
paredes del comedor coloca algunas de sus obras fetiches, como si de alguna
manera, en Mougins, el artista hubiera vuelto a su raíces, cerrando así un
circulo cuyo comienzo y cuyo final el Mediterráneo.
Pablo Picasso
Los pichones, 1957
Óleo sobre tela
100 x 81,5 cm
Museu Picasso, Barcelona
MPB 70.457
Foto : © Martí Gasull
© Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2018
Iluminación intensa, lo
que no impide que se mantenga la sensación de que este paseo por el
Mediterráneo, es como resume la comisaria Marie-Paule Vial “Entusiasmo, armonía
y felicidad”.
Aristide Maillol
Mediterránea, 1905
Bronce
107 x 115 x 78 cm
Colección particular.
Foto: Krause, Johansen
© Aristide Maillol, VEGAP, Madrid, 2018
C, Marivi Otero 2018
Manuel
Otero Rodríguez
Fuente:
Redescubriendo
el Mediterráneo. Fundación Mapfre/ Madrid. 10 de octubre 2018 al 13 de
Enero 2019.Dirección Corporativa de Comunicación/ Alejandra Fernández Martínez.
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